Don Frasquito - Antolín Muñoz Sánchez
AS
Antolín Muñoz Sánchez

«Don Frasquito»

976 palabras
8 minutos
79 lecturas
Reto creativo «Escribir es invitar»
😵 Imagina la aventura personal de un o una novelista que pierde la noción entre la realidad y la ficción.

Amanecía en Fuendetodos. Francisco había vuelto al viejo casón donde había nacido. Sus recuerdos eran vagos y sutiles, pero disfrutaba de lugares y sobre todo, de olores que le parecían muy familiares. Su hermana salió a la calle y comentaba con Maravillas chascarrillos de vecinas y vecinos, enfermedades y fallecimientos, fiestas y riadas. Francisco continuó escrutando las habitaciones al tiempo que escurría su cabeza intentando recordar.

Una sombra cruzó el camaranchón de izquierda a derecha. Francisco miró hacia el otro lado. Con pasos cortos pero rápidos alcanzó la puerta principal y salió a la calle respirando hondo. Había visto esa sombra antes, el día que su hermano murió. Despejó sus pensamientos observando los pájaros que picoteaban el suelo en la plazoleta donde los aldeanos habían aventado el trigo el día anterior.

- Josefa, Josefa. Vámonos pronto. Sra. Maravillas… Qué grato volver a verla.- No tengáis prisa. Hace mucho que no os veíamos por aquí ni a usted, Don Frasquito ni a su hermana Doña Pepita.- Lo siento querida vecina, pero aunque sois un pueblo noble y de maravillosos vecinos, los fantasmas de mi pasado me abruman. Josefa, hemos de irnos.- Hermano, llevamos tiempo esperando volver a la casa donde naciste. No deberíamos marchar tan pronto.- Tú no lo entiendes. Ahí dentro están los fantasmas que me acechan y que pueden afectarme y hundirme en un futuro. Vamos, hemos de irnos.

Nuria cogió las llaves y subió al Opel Corsa en el que habían venido desde Cartagena. Con tristeza en la cara enfiló la carretera de Zaragoza esperando que en el nuevo destino su esposo tuviera un momento de tranquilidad después de la decepción que había constituido su visita a la casa donde nació Goya, a pesar de la conchabada actuación de Maravillas, la panadera.

Nueve años llevaban realizando aquella pantomima, pero ni por un momento se había planteado dejar de representarla por mucho que cada ver notaba en el rostro de su marido una mayor decepción.

- ¿Dónde vamos ahora, Josefa?- ¿Dónde vamos a ir, cariño, a tu taller en Zaragoza, y a ver a la Inmaculada. Hace días que me dices que quieres volver a ver cómo ha quedado y que pensabas pedir a Don Antonio el capellán que te dejara hacerle unos retoques.- Ya fui el año pasado y me dijo que no me costeaba los andamios. No pienso poner ni un solo real más para salvarle la cara al tontarras ese.- Tendremos que intentarlo. Además, podríamos ir a la casa de nuestros padres, que han traído un nuevo grabado de los que hiciste.- No entiendo… ¿Para qué quieren ninguno? Ya los pagó bien pagados el Duque.- No le des más vueltas. Después iremos a Madrid. Su majestad no puede recibirte porque se ha ido de viaje.- ¿Otra vez?- Sí, otra vez, aunque nunca se sabe. Cualquier día….

Continuaron el viaje sin gestos ni palabras, dejando tiempo y kilómetros pasar, hasta llegar a unos campos recién segados donde Antonio avisó a su esposa.

- Querida hermana, detente en estos campos. Aquí pinté el lienzo aquel de la cosecha. Recuerdo ese castillo oscuro del fondo… Pero está todo muy cambiado. Y como que muy parejo. Son finos estos segadores…- Podemos parar un rato aquí y sentarnos bajo aquel árbol.- Ideal. Tomaré unos bosquejos para crear algo nuevo, diferente… Bajemos

Salieron de la carretera y Nuria paró el Corsa junto a unos árboles y bajó del maletero una caja con un lienzo en bastidor y pinceles. Antonio los tomó y dejando el lienzo sobre un tronco seco comenzó a deslizar los pinceles sobre el mismo. Estaban limpios y secos. Los trazos solo quedaban en la imaginación de Antonio. Nuria observaba el entorno con resignación e imaginaba lo que habría sido una vejez normal, sin convivir diariamente con ese viejo Goya que al menos había accedido a no quedarse sordo. Antonio, profesor de historia del arte, novelista de prestigio e investigador del romanticismo, se había especializado en biografías y relatos históricos de aquella época. Escritores como Larra, Bécquer o Rosalía, pintores como Esquivel o Fortuny se habían convertido en un refugio para su demencia en esos postreros años de alzhéimer. Nuria se había doblegado a sus caprichos, poco a poco, casi sin darse cuenta. Sobre todo a los del gran Goya. Aquel día que comenzó a leerle su novela histórica “Goyescas” que llegó a convertirse en bestseller para corregirla, notó que era algo más que una novela, que le estaba poseyendo una especie de espíritu íntimo que iba cambiando sus expresiones, su forma de ser, su mirada. Fue poco a poco, sutilmente, sin darse cuenta. Cada día un poco más. Mitad histórico, mitad ficticio, se había convertido en un Francisco de Goya atemporal e hipnótico que aparecía constantemente en cualquier lugar y circunstancia hasta que lo poseyó por completo y nada fue nunca igual.

Nuria musitaba sin prisa una canción de “gigantes y cabezudos” descansando sobre la hierba seca del agosto aragonés. Francisco pintaba trazos sueltos sobre su tabla mirando al horizonte. Los labradores y segadores descansaban sobre las gavillas de paja haciendo chascarrillos, riendo y bebiendo una y otra vez, y sus risas y sus vidas quedaban para siempre embutidos en la tela preparada para la ocasión llena de colores alegres y brillantes. De pronto volvió a surgir. De entre los muros del viejo castillo, otra sombra se acercó a los jornaleros con hambre de sangre. Tenía que ser la guerra la que amenazaba sus sosegadas vidas. La sombra se cernió sobre ellos mientras Francisco temblaba sobrecogido hasta que tomó el lienzo lanzándolo sobre unas piedras destrozándolo. Nuria lo abrazó y Francisco lloró de nuevo.

- ¿Ves Josefa? La historia se repite una y otra vez. No quiero. No quiero vivir tanto dolor una y otra vez. No quiero.

Su esposa recogió los pertrechos y dejándolos en el coche le abrió la puerta.

- Vamos Francisco, los reyes nos esperan en palacio.


AS
Antolín Muñoz Sánchez
Miembro desde hace 3 años.

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Silvia Guimard
06 sept, 19:23 h
Una historia que enternece el alma. Me ha gustado.
AS
Antolín Muñoz Sánchez
06 sept, 23:54 h
Me encanta que te haya gustado. Muchas gracias.
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