«Don Manuel.»

Llevaba toda una vida escribiendo, había escrito mucho y de diferentes temas. Ahora tenía entre manos una novela de aventuras llena de venganzas e historias de amor y grandes tesoros dejando patente su afición por las obras de Julio Verne. 

Salió de casa en dirección a la papelería, le gustaba ir él mismo a comprar los materiales que le hacían falta y de paso dejarse admirar por sus fans amantes de sus libros a los que atendía con su aire de cascarrabias inevitable. A veces pasaban esas cosas con sesenta y siete años. 

Abrió la puerta y entró. Cumplió con la rutina de siempre, se acercó a las estanterías de los libros y echó un vistazo. De nuevo se habían quedado sin existencias, su último libro se evaporada enseguida y eso le hacía feliz pero se lo diría al chico del mostrador. Cuando un producto se vende, hay que ser previsores y tener más guardado en el almacén. Se acercó al mostrador y llamó la atención de Tomás que estaba colocando unos lápices junto a su hijo. 

-Tomás, otra vez te has quedado sin ningún ejemplar de mis libros. Si viene alguno de mis lectores a comprar ¿qué les vas a decir? 
Juanito, el hijo de diez años de Tomás le miraba con curiosidad. 
-Muchacho -se dirigió al niño-, tu padre no entiende la suerte que tiene de tener a un escritor famoso en el pueblo. Pero sin embargo ¿qué es lo que hace? No tener ni uno solo de mis libros en la estantería. 
Juanito se echó a reír y Tomás le regañó, no se debía reír de nadie y menos aún de los mayores. 

La puerta de la papelería se abrió y apareció María. 
-Papá otra vez aquí. Deja a Tomás en paz. ¿No ves que está trabajando? 
-Pero Tomás no comprende que tener a un escritor famoso... 
-Papá, otra vez con eso. Tomás por favor dame ese cuaderno de colorear y esos lápices. 
Tomás lo envolvió y se lo entregó. María le pagó con una sonrisa triste en su rostro. 
-Toma papá, cuando lleguemos a casa puedes colorear un rato antes de merendar. 
Salieron del establecimiento y se alejaron de allí. 

-Papá ¿ese viejito está loco?  Preguntó Juanito. 
-No hijo mío. Ese hombre es sólo un niño grande que sigue soñando.