«DON TOMÁS»

Raúl aparcó su coche en pleno centro de la ciudad y comenzó a pasear por sus calles. La suave melodía que arrancaba un arco a su violín hizo que se parara en seco. Hacía más de seis lustros que no había escuchado aquella pieza. Giró su cabeza intentando localizar al músico y se quedó petrificado. Sus ojos apenas parpadeaban viendo a don Tomás, su último tutor en el instituto, demacrado y sucio. 
El músico agradecía, con leves movimientos de cabeza, a los transeúntes que depositaban en un raído cenicero pequeñas monedas sin apenas valor.
Raúl aprovechó el final de la composición para acercarse hasta su profesor e invitarle a tomar un café en una terraza próxima.
—¿Se acuerda de mí, don Tomás?
—Tu cara me resulta familiar —respondió con voz suave el anciano.
—Raúl Fernández, de la promoción del noventa y ocho.
—Raúl....—dijo tras una larga pausa—, ¡qué alegría me das, Fernández! ¿Qué es de tu vida?
—Pues ya ve, profesor, no me puedo quejar. Seguí su consejo y continué con los estudios. Acabé la carrera de trabajo social y, después, continué con económicas. Actualmente, dirijo un centro de cuidado de ancianos con Alzheimer —el profesor parecía emocionado—. ¿Y qué hay de usted?
—La suerte no me acompañó. Enfermé pasados unos pocos años de tu graduación y no pude ejercer nunca más. Fui víctima de una estafa y me quedé sin dinero. Vivo en la calle pero, al menos, soy feliz tocando mi violín.
El profesor dio un sorbo a su café.
—Perdone, joven. ¿Quién es usted?
Raúl lo miró con cariño y volvió a presentarse y a contarle, nuevamente, todo. Mientras el profesor continuaba bebiendo su café, aprovechó para realizar una llamada a su centro de trabajo. Don Tomás dormiría en él aquella misma tarde.