Sentado en el escritorio, con la creatividad por delante y todo el tiempo del mundo, pero preguntándose si ya era demasiado tarde. Tarde para volver a empezar o para abandonar su proyecto. Tarde para eliminar la historia de quien ahora le sometía.
Tras él se alzaba Gorgomir, el demonio alado al que tanto poder le habían dado sus detalladas palabras. Sabía que no podía irse aunque quisiera. No podía moverse del escritorio hasta que no hubiese terminado el relato. Su vista fija sobre el papel mientras el resto de sus sentidos se mantenían a la espera de cualquier aviso que hiciera saltar todo por los aires. Quería mirar hacia atrás para comprobar si seguía ahí, pero le había dotado de una tiranía ante la que se sentía diminuto.
Pasaron horas, incluso días, hasta que narró el final de una novela que no le había traído más que desgracias. Entonces pudo girarse, para comprobar que la fuente de sus pesadillas se había esfumado. Tan solo quedaban las cenizas de quien ahora formaba parte de su novela, una historia que jamás vería la luz del día, porque lo que albergaba era demasiado poderoso. Una fuente liberadora de monstruos que habían nacido en su cabeza, pero que ahora temía encontrarse en cada esquina. Porque no hay nada más poderoso que la mente de un escritor, donde nacen los demonios.