«El amor de una madre»

El hombre trepa por una gran verja oxidada. Sus tendones son débiles, sus músculos atrofiados quieren ceder. Cuando cruza al otro lado le inunda el miedo. En su cabeza esta grabado con fuerza el mensaje ‘peligro de muerte, toxicidad extrema’, pero el impulso desesperado por dejar atrás lo anterior se impone. Hay un edificio alto que parece una torre, alguna vez fue de un blanco marmóreo, pero ahora es de un gris casi negro. Tiene que ser ese. Trata de adaptarse a la poca luz y mientras va subiendo las plantas observa siluetas en la penumbra que parecen estatuas. Puede entrever grabados en placas, con títulos y fechas imposibles.Sigue subiendo, llega al último piso y se encuentra con una escena en la que criaturas brutales están enfrascadas en una lucha. Se acerca y en una esquina ve una brillante placa en la que hay algo escrito; ‘... hace setenta mil años, nuestros antepasados directos podían haber luchado contra otros homínidos, e incluso haberse mezclado con ellos, pero lo que es seguro es que al final solo quedó...’ ¿Antepasados? ¿No eran todos hijos de Eva? Observa con más atención las figuras. Unas son mas grandes, toscas y peludas, pero las otras se parecen alarmantemente a él. Oye unos pasos metálicos y una voz maternal irresistible inunda su cabeza. —Te he echado de menos mi pequeño. Debes volver conmigo, con nosotros, a donde perteneces —El hombre ve una ventana, la luz aún entra, aunque tenue y amarilla por la pantalla de polvo. —Me duele que me hagas esto, después de lo que he hecho por ti, por tus hermanos. —Eva avanza hacia él y el hombre obliga a sus débiles piernas a correr hacia la ventana. Se lanza, suplicando ser lo suficientemente fuerte para atravesarla. Lo es. Sonríe aliviado.