«El autodefinido»

Un autodefinido tuvo la culpa de mi primer beso.
Era agosto y nunca me había enamorado. Bueno, sí. Había penado un amor platónico y sufriente hacia el hermano mayor de una amiga, más típico imposible, que no me hizo nunca ni caso, y había vivido, en el punto opuesto de tensión de la misma cuerda, el tintineo, la fascinación de saber que alguien que se plegaba a mi mirada como si mis dedos pudieran hacer con su alma papiroflexia. Pero esta vez fue diferente. Él, moreno, alto, guapo para los cánones de cualquiera, salió de repente del gris con el que por descuido confundimos a las personas con la pared con la potencia de un trueno, y se me puso delante, y yo a él también, y a él le interesaba muchísimo todo lo que yo tenía que decir, y a mí me interesaba muchísimo escucharle, y a los dos nos gustaba leer, y el Trivial, y los autodefinidos del suplemento semanal de "El País", que empezamos a hacer juntos, cabeza con cabeza y un solo boli Bic para los dos, tumbados a pleno sol en una toalla sobre el césped junto a la piscina. Él hizo un autodefinido para mí, con un mensaje secreto, que guardo en el mismo sitio que las esperanzas que aún brillan... y que aquel beso que nunca le he contado a nadie.