Uno, dos y tres, se dijo Anita y de un sólo golpe aniquiló la sábana encimera dejando al descubierto el trasero de su desconocido acompañante.
Así que había ocurrido pero, dónde se conocieron?, y en ese instante Anita volvió a ser la Anita de siempre, la preocupada, la obsesiva, la puntual y extremadamente metódica, qué está pasando?, desde cuándo ella, la chica buena, había tirado al traste todos sus principios morales?, es más, qué iba a decirle a aquel muchacho cuando osara despertar?, era tan incómodo, tan superficial que a Anita le entraron ganas de vomitar e inmediatamente, voló hacia el cuarto de baño para dar rienda suelta a tal menester.
Al regresar a la alcoba, todavía jadeante del esfuerzo realizado en la taza del WC, Anita observó su portátil, estaba encendido, con la tapa semi bajada y al levantarla, leyó rápidamente lo que había escrito en la pantalla: "Yo, adicta al sexo" y recordó, recordó que tres meses atrás viendo un programa de investigación sobre adicciones, se le ocurrió escribir su nueva novela, la de una depredadora sexual, siguió leyendo mientras el sudor caía por su frente para posteriormente deslizarse de manera delicada por sus mejillas, cuello y escote, entonces se percató de la realidad, la protagonista de nombre Helena, cazaba hombres por la noche, los llevaba a su casa y allí daban rienda suelta a las más feroces pasiones pero, lo que más inquietó a Anita fue que Helena acababa con sus amantes cual mantis religiosa y eso, hizo que corriera presta hacia su cama donde el Adonis sin nombre seguía aparentemente dormido, o no, y el horror y la desesperación se apoderaron de Anita al comprobar que ese hombre físicamente perfecto, no presentaba señales de vida, entonces lo supo, Helena, la Helena de su propia novela era ella misma, ella había sacado sus más ansiados instintos, los que tenía reprimidos y ahora se habían apoderado de su persona, ya no sabía quién era ni sabía cómo terminar con aquella locura así que, hizo lo que Anita, la cuerda, haría: llamar a las autoridades, se entregaría y con un poco de suerte acabaría en un sanatorio mental, se dijo convencida mientras una voz detrás del auricular le decía: