—Yo, Don Jaime Villarig, exteniente de la Guardia Civil, declaro ante este tribunal para defenderme ante los horribles delitos que se me imputan.
Meses antes…
Me desplacé con mi equipo a tierras aragonesas, pues en los desérticos montes de Los Monegros, iban siendo recurrentes los asaltos a viajeros. Todos ellos perpetrados por El Caraquemada y su banda de maquis. Procedimos con la operativa habitual. La mitad de mis hombres y yo nos vestimos de civiles y fletamos una carreta con viandas, para emplearla como señuelo. La otra mitad iría por las lindes a distancia prudencial, vigilantes en todo momento.
Pues bien, una vez en marcha no tardó en llegar el asalto. Un joven se interpuso en nuestro camino, fusil en mano, al grito de:
«¡Alto! El Caraquemada solicita un impuesto. No temáis pues mi intención no es haceros ningún mal.»
Cubría su boca con un pañuelo negro que no disimulaba las evidentes cicatrices de su cara.
Estaba yo oteando las lindes en busca de mis otros hombres, analizando la situación, cuando el bandolero dijo:
«¿Villarig, eres tú?»
Resultó ser Prudencio Lafita, compañero íntimo durante la Guerra Civil. Ambos dimos orden de bajar las armas a nuestros hombres.
«Pero… tú no eres rojo… ¿Por qué…?» pregunté
Me rogó que lo acompañara y así lo hice. Tras una breve caminata llegamos a una abertura en una roca.
«No lo vas a creer cuando lo veas Villarig» dijo.
Dentro de la pequeña cueva iluminada por antorchas había una criatura, como un pájaro grande. Al acercarme lo vi, era una cría de dragón, de las que hablan los cuentos.
«¿No es increíble Villarig? Esta es la razón...»
Desde entonces y hasta el día de nuestra detención, mis hombres y yo nos unimos voluntariamente a la banda de El Caraquemada.
Saludos Insurgentes