En la trastienda de un pequeño local de Dublín, bajo una pila de cuadros polvorientos, encontró una pintura vieja y sin color. Algo en su interior le decía que se la llevara a casa, que la acogiera y la mimara.
Encerrado en ese tetrágono, los ojos de un hombre la miraban, expectantes, rodeado de una jauría de perros, y sus presas, yaciendo en la hierva bajo sus pies.
Desde que colocó ese enigmático lienzo en la pared de su salón, notó como su vida comenzaba a fluir de nuevo; recuperó la relación con sus padres, truncada por culpa de un exnovio maltratador, retomó sus estudios de historia del arte y comenzó a hacer deporte después de desintoxicarse de los malos hábitos que esa relación había ocasionado.
Una noche, se sobresaltó al escuchar como alguien aporreaba su puerta:
—¡Abre maldita, me debes dinero!
¡Era su exnovio! Empezaron a sudarle las manos y se encerró en la habitación. Oyó un fuerte golpe, ¡era su puerta caer al suelo! Estaba aterrorizada. Escuchaba choques, pasos correteando por todo el piso, cosas rompiéndose...
Silencio.Cuando salió, todo estaba destrozado, pero no había ni rastro de ese mamarracho. Se detuvo ante el cuadro, intacto en su sitio, y se percató de un detalle. Esa mirada ahora trasmitía felicidad, debajo había una nueva presa, un jabalí con una brecha en el ojo, justo donde su exnovio tenía una cicatriz.
Ella nunca lo supo, pero ese hombre resentido era su tatarabuelo, y esas presas, eran los hombres que durante años maltrataron a las mujeres de su familia.
Necesitamos más cuadros para acabar con esa lacra.
Una historia enigmática, enhorabuena.
Saludos Insurgentes