Hace años cuando cumplí veinte y me recibía en mi carrera de bailarina clásica, me perdí inextricablemente para mí misma. Fue entonces cuando decidí viajar con mis padres en búsqueda de un chamán sito en un lugar del enorme Amazonas para que me ayudase a salir de esa espantosa crisis existencial que atravesaba, y obligaba a concurrir semanalmente a un psiquiatra.
Siempre llamaron mi atención las terapias alternativas sumado al hecho de que me contaron que los chamanes hacen uso de métodos no convencionales que incluyen el viaje al mundo de los espíritus, y el conocimiento de los seres que lo habitan ejerciendo como guías espirituales para ayudar a emerger de la oscuridad al que cayó irremediablemente en ella.
Cuando llego a este lugar muy verde, conozco al chamán del que me hablaron quien inmediatamente inspira mi confianza. Luego que éste, conoce y habla con mis padres respecto de cómo seguirá el proceso de sanación, me explica a continuación, que durante unos días deberé aislarme en una carpa de su aldea para limpiar mi cuerpo de fármacos mediante brebajes hechos con plantas medicinales que yo misma _y como acto seguido_, recojo de los árboles bajo su atenta supervisión.
Tras unos días en los que sigo este procedimiento, mi guía espiritual me informa que me ve en condiciones de probar una bebida denominada ayahuasca, y que me iniciaré en ese ritual esa misma noche junto con otras personas de la aldea que sólo había podido conocer de un modo superficial.
Esa noche con una gran luna como testigo coincidimos en una amplia carpa: pacientes, Pedro (mi guía), y dos chamanes más (una mujer y un hombre). Cuando tomo ayahuasca espero que surta efecto, comienzo a vomitar y presencio flashback de toda mi vida: mi infancia radiante, la influencia de mi madre en mi vida, el día que ingresé al Teatro Colón, la tarde en que enamorada perdí la virginidad, etc. ¿Cómo distinguir sueño de realidad? La vida era sueño, alucinación y algo me decía íntimamente que debía terminar con esa película o al menos modificarle definitivamente aquellos fragmentos que me habían corroído el alma que se correspondían con mandatos familiares, y deseos ajenos proyectados sobre mi persona.
Gracias a la suma de estas experiencias ficcionales y reales a la vez, siento que renací a una nueva vida. Hasta llegué a representar el ritual de mi propia sepultura donde permanecí bajo tierra (sólo parte de mi rostro afuera), durante siete horas seguidas. El chamán fue desenterrándome lentamente hasta emerger desde la tierra la persona que soy hoy, la cual me enorgullece. La que siente ama y proyecta de acuerdo a su ser esencial que pudo descubrir en un lugar verde y recóndito del mundo que olía a plantas y a tierra bajo el rumor del río Amazonas.