Las palabras de mi editora resonaban en mi cabeza, horas después de haber colgado el teléfono. “El público quiere romance, David, por eso te estamos pidiendo una novela romántica”.
Gracias, Sara.
Nunca he sido un escritor romántico. Quizás porque nunca me he enamorado. Y no es porque sea un muchacho que aún no ha conocido mujer; a mis cuarenta años he salido con… un número aceptable de mujeres. Esther, mi primera novia, en el instituto. Carmen, en la universidad, una joven brillante y fogosa…Ana, en mi primer trabajo.
Las citas que he tenido siempre eran agradables hasta el momento del beso, en el que prefería no pensar. Besar siempre me ha resultado extraño.
- David, ¿estás bien?
- Perdona, ¿qué?
Miguel, un par de años mayor que yo; empezó como “blogger” hace casi una década escribiendo críticas literarias y gastronómicas, ahora incluso tiene varios libros de recetas publicados en esta misma editorial. Es un hombre fornido, más bajo que yo, demasiado agradable y simpático con todo el mundo, angelical. Sus ojos entre azules y grises me miran con preocupación y una vez más siento que tengo la garganta seca.
- ¿Estás bien? - me pregunta frunciendo el ceño - Te vi al entrar en el despacho de Sara, no me dio tiempo a saludarte, y horas después te encuentro en la cafetería de al lado, murmurando y con el rostro entre las manos.
Le miro sin saber qué responder. Nos hemos visto a menudo en los pasillos de la editorial y en eventos publicitarios de otros escritores, y a veces hemos tomado café juntos, pero eso es todo. No somos amigos. Pero no me incomoda que esté aquí, de hecho, empiezo a sentirme mejor.
- Me han pedido que escriba una novela - respondo finalmente, apartando mi mirada de sus brillantes ojos, de su nariz respingona, de su rostro amable.
- ¡Enhorabuena! - exclama, y por un breve instante su mano se posa sobre mi antebrazo, siento mi estómago dar un vuelco - Tu colección de cuentos de miedo me tuvo sin dormir durante días, no me extraña que te hayan pedido una novela entera - me atrevo a mirarle mientras habla y es un error de novato, porque su sonrisa es tan sincera e ilumina su rostro de tal manera que es como si me dieran un puñetazo en el estómago, haciéndome soltar todo el aire de mis pulmones.
Le escucho pedir un par de copas de vino, para celebrarlo, me dice, yo se lo permito mientras noto mis mejillas arder bajo su atenta mirada y sus amables palabras. Me dice que le encantó la historia sobre el Anticristo, aterradoramente divertida, dice. Y me susurra que a él ni siquiera le gusta el género de terror.
- Pero tenía que hacer una excepción tratándose de ti - confiesa, y sus mejillas adquieren un tono rosado también que no debería parecerme tan encantador. - Oh cielos, parezco yo más entusiasmado con tu nueva novela que tú, ¿es que ha ocurrido algo?
Por fin nos sirven el vino. Me llevo la copa a los labios y doy un sorbo. Es bueno, joder, se nota que es crítico gastronómico.
- Me piden que escriba una novela romántica - mi voz suena como un gruñido. - Yo no sé escribir sobre el amor, Miguel, no puedo aceptar este encargo, voy a cagarla.
Miguel no se inmuta, sólo vuelve a fruncir el ceño. Y como yo no tengo filtro, sigo hablando, porque si no puedo confiar en este hombre de aspecto delicado y angelical que se dedica a escribir sobre los platos más decadentes, ¿en quién puedo confiar, realmente?
- No he tenido una novia - sólo la palabra ya sabe a cenizas en mi boca - en años, no he ligado en otros tantos, yo sólo sé escribir sobre absurdas historias de fantasmas, mitología y burlarme ocasionalmente de la religión. Si escribo “chico conoce a chica” no se van a enamorar, Miguel, será “el chico mete la pata porque realmente no le interesa la chica, la chica se va con otro, el protagonista muere solo” y no es lo que me han pedido.
De nuevo noto sobre mi brazo la mano perfectamente cuidada y elegante de Miguel, y me muerdo el labio inferior para no seguir hablando.
- Tú ya has escrito una historia de amor, David, pero creo que te estás negando el reconocerlo - me dice muy seriamente, sin apartar ni su mano de mi brazo ni sus ojos de mi cara.
- ¿Cuándo he escrito yo una historia de amor? - resoplo incrédulo.
Los ojos de Miguel se hacen más brillantes. El rubor vuelve a sus mejillas y de nuevo siento algo extraño en mi vientre.
- Yo siempre consideré que tu cuento sobre el Anticristo era una historia de amor entre el ángel y el demonio - admite en voz baja. - Por lo menos, para mí y para la gente como nosotros, ese cuento tiene un significado especial y está lleno de amor, el amor más puro sobre el que alguna vez haya leído, y he leído mucho.
¿Gente como nosotros?
- ¿Gente como nosotros? - pregunto.
- Sí, ya sabes… - Miguel hace un gesto vago con su mano. - Sé que no lo has hecho público como yo, pero, en fin, es importante para la comunidad gay.
Le miro, confundido, exasperado y… ¿comunidad gay? ¿Cree que soy gay? Espera un momento. Esther, Carmen, Ana… Nunca he entendido el hecho de besar a mis novias, y el sexo era pésimo por mi parte, lo sé, pero siempre culpé a mi líbido. Pero mirando los labios suaves de Miguel, su piel pálida y sus ojos de color indescifrable, besar no me parece algo tan aterrador.
Todo empieza a cobrar sentido y no me puedo creer que sea tan idiota, pero aún estoy a tiempo.
Miguel me sigue mirando esperando una respuesta.
- ¿Te apetece cenar conmigo? - pregunto con un hilo de voz. Sus ojos se iluminan y su sonrisa se ensancha.
- Me encantaría.
***
- Sara, acepto el encargo, tendrás tu novela romántica.