«El envenenador de la razón»
La conocí en el bar cutre que hay abajo de casa, me contó que no le pagaban, ni a ella ni a los demás camareros, y para colmo la trataban fatal. Entonces le comenté que los hijos de mi vecina estaban buscando una cuidadora interna. Le interesó y me explicó su situación: Había llegado a España refugiada de Siria, pasó un auténtico calvario cuando estalló la guerra mientras ella estaba estudiando en Damasco y perdió a casi toda su familia y amigos. No tenía papeles, ni ingresos, ni a penas nada. Vivía con su hermano en un piso de alquiler compartido con un montón de gente.
Entonces Yasmina se mudó a casa de Herminia para cuidar de ella, yo iba a menudo a visitarlas. Siempre había tenido muy buena relación con mi vecina y antes de que enfermara siempre me cocinaba buenos guisos. Me alimentaba bien en esa época gracias a ella, desde que envejeció no he vuelto a comer en condiciones, ya solo como en bares o cosas precocinadas.
Entablemos una buena amistad y salimos a pasear en algunas ocasiones cuando ella libraba. La cosa se fastidió cuando me dijo que tenía novio. Él vivía en Suecia, lo que en parte para mí era un alivio y me hacía mantener algo de esperanza para tener algo con ella.
Su novio debía de ser un gilipollas de cuidado, ella solía decir que era muy celoso.
No sé si lo decía para mantenerme alejado porque quizás notaba mi atracción hacia ella y se sentía incómoda...
Pero ese seguro que andaba con alguna otra, ya que ellos nunca se veían... y una noche Yasmina me comentó que había descubierto un comentario de una chica en sus redes sociales que decía: "Qué ojos más bonitos tienes".
Se puso como una fiera:
—¡Voy a joder a esa puta! —gritaba.
Luego se tiró al suelo y comenzó a llorar, la cogí en brazos y la levanté, se tiró en el sillón y rompió a llorar desconsoladamente. Era triste verla así, pero a la vez agradable, se veía bien bonita y vulnerable cuando lloraba y a mí me gustaba estar cerca de ella en esos momentos para cuidarla y consolarla.
—No llores. —Le dije mientras acariciaba su brazo y secaba sus lágrimas.
—Estoy harta de que no me salga nada bien en la vida, no tengo suerte ni en el amor, ni en nada... — dijo mientras lloraba.
Yo no dije nada, me sentí bastante identificado con sus palabras. Luego se puso a maquillarse y habló con el novio por videollamada, discutieron, le colgó y comenzó a llorar de nuevo. Se levantó del sofá y se fue hacia las habitaciones de dentro, cogí el vaso que se había dejado allí con lo que parecía algún zumo con hielo. Se lo acerqué y me senté junto a ella en la cama. Ella lloraba y se miraba en el espejo que había delante de la cama, yo le acariciaba la espalda mientras la miraba a través del espejo mientras pensaba en que podía decir.
—Hemos terminado, le he dicho que hemos acabado, ya no estamos juntos.
Una pequeña sensación de satisfacción me recorrió el cuerpo.
—Bueno si no eres feliz con él, es lo mejor que podías hacer. Si estás con alguien que te hace de sufrir... lo mejor es dejarlo.
—Ahora estoy sola en el mundo.
—No estás sola, me tienes a mí.
—No digas tonterías, Juan.
—Es verdad, no son tonterías, yo siempre voy a estar aquí para lo que tú necesites. —dije mientras acariciaba su espalda.
—Gracias, por aguantar mis mierdas. —dijo ella mientras se levantaba de la cama y sonreía.
—De nada. Yo estoy aquí para ayudarte en todo lo que necesites, si quieres hablar o lo que sea... aquí me tienes.
—¿Quieres que te prepare uno? —me ofreció mientras alzaba el vaso.
—¿Qué es?
—Ron con un poco de zumo de melocotón.
—Ah, vale.
Una noche me la encontré en el portal, libraba. Entonces le propuse dar un paseo, hacia una noche de luna llena espectacular y pensé en subir con ella a un parque desde el que se divisaba gran parte de la ciudad. Ella aceptó, pero me dijo que iba a hacer una llamada primero. Mientras ella hablaba por teléfono subí a mi piso a por una botella de vino. Cuando bajé Yasmina había cambiado de opinión porque estaba hablando con su novio por teléfono y me dijo que si cortaba la llamada él iba a imaginar que iba a salir conmigo y se enfadaría. Su novio debía ser un auténtico gilipollas, pero también un tío con mucha suerte.
Me fui a pasear solo y subí al parque del monte, era un parque muy grande con largos senderos, solitario, lleno de árboles. Llegué hasta la parte de arriba, había unas vistas estupendas de la ciudad y la luna. Me senté en un banco, en la papelera de al lado había un paquete de tabaco Camel, me recordó a ella, era la misma marca que solía fumar. Pensé: "Ojalá estuviera ella aquí a mi lado contemplando estas vistas".
Estuve allí sentado hasta que me acabé el vino. Volví a casa y seguí pensando, dándole vueltas a la cabeza. Me miré en el espejo y me dije convencido: "¡Esa chica es para ti, esa chica será tuya, tiene que ser tuya!"
Seguí pensando, no sé si acabaría por conquistarla... Y decidí escribir sobre todo esto, en realidad sentí la necesidad de hacerlo. Al fin y al cabo escribir es eso, un proceso de exorcismo mediante el cual el escritor saca los demonios que lleva dentro.
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