Se despertó con el grito del camarero. Quizás por el influjo del sobresalto, del alcohol o del desengaño, no sabía ni donde estaba, su identidad, o que puñetero año era. Pero… ¿Acaso le importaba?
Cogió fuerzas para levantarse de su mesa repleta de botellas vacías, lágrimas esparcidas y algún que otro recuerdo. El camarero, que lo había conocido en tiempos mejores cuando él era toda una promesa en el mundo literario, lo miraba ahora, con pena y compasión. Sólo veía a una sombra tambaleándose por el bar en busca de compañía o de algún suceso que le hiciera olvidarla. Él, que había sido un profundo admirador de sus poesías, ahora actuaba como un psicólogo, recomendándole, no terapias, sino botellas y gentuza. Pero no de un modo maligno, sino para que él pudiera volver a escribir como esas viejas leyendas que en sus peores momentos habían vomitado sus mejores obras en un sueño febril.
Sin embargo, no parecía que nuestro protagonista siguiera ese camino de éxito fracasado. No había éxito, no había elegancia porque a nadie le importaba ya ese borracho caído en desgracia. -Al carajo- pensó mientras salía del bar, y en un acto de desdén, miró al cielo nocturno que se reía de él con crueldad. Caminó por los callejones hacia su casa. Hacia poco que había cambiado su lujoso mansión de las colinas por un cutre apartamento de la calle más bohemia de la ciudad. Y por bohemia me refiero a decadente. Había cambiado las plumas por botellas, había cambiado los chistes por burlas, había cambiado también la complicidad por el sarcasmo.
Cuando hubo llegado a casa, el sol empezaba a asomarse y a despertar a los felices desgraciados que se levantan con el amanecer. Se sentó en la misma mesa donde había compuesto grandes odas al amor y a la vida, y comenzó su viejo ritual que tanto le había ayudado años ha. Sin la precisión, ni la habilidad que solía tener, cogió la pluma. Porque sí, “un verdadero escritor no puede escribir a ordenador”. Eso acostumbraba a decirle a su antigua pareja y a sus antiguos amigos que se reían de él cuando se alteraba si algún necio cometía el error de comentarle las maravillas del mundo digital. - ¿Acaso te imaginas a Hemingway, a Hölderlin, a Cortázar, o al maldito Bukowski, escribiendo a ordenador? – Realmente se ponía muy vehementemente violento con ese tema. Y precisamente esa había sido una de las razones por las cuáles ella había cogido la maleta y había prácticamente escapado de su presencia. Pero, eso ya no importaba.
Le resultaba confortante pensar que era una especie de genio perdedor, que tenía buenas ideas, ideas originales que ni siquiera al mayor de los creadores se le pasaba por la cabeza. Pero, en realidad, esas ideas eran las del mayor borracho de la ciudad. Nada más. Ideas que sólo se basaban en una constante masturbación de su insultante ego, en sus aburridas vivencias que seguramente no le interesarían a nadie. Por este motivo, en los últimos seis meses, cada vez que se sentaba en esa pestilente y vieja mesa, acababa por golpearla, maldecir, blasfemar, y llorarle al dios de los escritores para que le diese una idea original y que por lo menos le durase más de dos páginas. Su editor ya prácticamente no le cogía las llamadas, hacía unas semanas que no dejaba de llamarle, por lo menos tres veces al día para rogarle que se pusiese a escribir y para que dejase su nuevo e insano hobbie que no estaba más que causándole graves problemas con él mismo y con las autoridades. No obstante, pasadas esas semanas, había desistido. Tenía jóvenes talentos que si le llegarían a hacer rico. - Bah, no necesito a ese parásito. - pensó. - Maldito y estúpido chupasangre, no sabría ver a un genio ni aunque lo tuviese delante. - caviló mientras rompía el décimo folio tras intentar modelar a un protagonista creíble. Sin embargo, como tantas veces, la rabia dejó paso a la depresión. ¿Cómo era posible que ella le hubiera abandonado? ¿No le había prometido el amor eterno y toda una vida junto a él? Bueno, él aunque siendo ateo, a ella le había creído como el más fanático de los cristianos creen al cura de la parroquia. Maldita sea. - pensó. - ¿Dónde estarás ahora, y a quién amarás ahora?
En un segundo esfuerzo se levantó de la mesa, se acercó a la ventana y miró hacia abajo. Los coches empezaban a llenar la calzada que tenía debajo. – Que te den, fracasado. - dijo para sus adentros. Y abrió la ventana con la intención alcohólica de estamparse contra el suelo y pasar a la historia como un escritor maldito. Eso sí que le haría famoso, pensó. Pero… Eso supondría matar a la persona que más quería del universo. Así que volvió a cerrar la ventana y meditó las posibles profesiones que podría ejercer si no lograba escribir algo decente. ¿Quizá atracador de bancos? ¿Quizá vagabundo? ¿Quizá profesor de universidad? Bah, no valía para ninguna de esas cosas, porque para eso necesitaba talento.
Retornó entonces a la mesa, y convencido de sus intenciones se dijo una vez más: Esta vez si que escribiré algo que esté a la altura de los clásicos. Se enterará esa tipeja y ese maldito chupasangre. Preparaos, que he vuelto.
Nunca más se supo de nuestro protagonista, algunos dicen que se hizo a la mar, otros dicen que su nueva afición lo acabó matando, y otros dicen que, finalmente, lo logró. ¿Quién sabe? ¿Quizás importa? Incluso puede que la gran historia que buscaba y anhelaba es esta misma, o podría ser que la hubiera perdido en el fondo de alguna botella sin nombre.