«El espejo o yo»

No reconozco a la niña que fui, o puede que simplemente no conozca a la adulta que soy, pero al final duele lo mismo: no encuentro a la niña que fui. A veces intento hallarla frente al espejo, pero si yo me miro al espejo, éste se vuelve opaco. Si le miro rápido a los ojos, no me devuelve la mirada. Nadie parece entender que lo que soy y la que existe no pueden coincidir en el mismo espacio-tiempo. Por eso odio los espejos, no me giro en los escaparates para verme la cara, toda superficie reflectante altera las sinapsis de mi cerebro. Así que muchas veces escribo, a ver si me encuentro, ¿si no estoy aquí, entonces dónde? Digo yo que alguien será la que sujeta la pluma...Pero no sé si estoy escribiendo yo o mi supuesto reflejo, si es que finalmente existe, es el que me escribe a mí.Ahora mismo, por ejemplo, he hallado la desesperación. De pronto, de golpe. Se encuentra agazapada tras la mesa de la salita. Mira de soslayo y tuerce el labio, busca muecas que desfiguren su rostro. Ella sí me puede mirar a la cara. No se basta a sí misma, quiere más daño, más tentáculos reptando por ambos lados de tu cama. Para abarcarlo todo; tus pensamientos, pero también lo real. ¿O esos tentáculos negros me están arañando de verdad? 
Sí, el tacto me dice a gritos que algo lo palpa, como calculando la calidad de su estirpe. Por eso cuando intento releer lo que acabo de escribir, la hoja está en blanco. Porque imagino más que escribo.
He hallado la desesperación.