A su pesar, no conseguía ver su obra en los escaparates (“qué no haría yo por publicar”, solía ser el lastimoso mantra con el que obsequiaba a diestro y siniestro). Sin embargo, cosechaba lectores a destajo. No era difícil. Tenía la visión-chivada- de una sociedad mejor. Disponía de dinero y padrinos para los fuegos circenses en las presentaciones de sus libros. Además, sabía manipular: "sácate una foto con mi libro si estás en contra de pegar a las mujeres". Pero, sobre todo, la experiencia de primera mano sobre lo que escribía la tenía en casa desde hacía tiempo.
Jamás escribiría ni podría llevarse la gloria de la novela negra que a su costa estaba a punto de escribir su esposa. Pero todo el mundo aplaudió dicha obra y fue, de hecho, la única legible.