Sarai Hernández

«El hombre en la oscuridad»

995 palabras
8 minutos
79 lecturas
Reto creativo «Escribir es invitar»
😨 Cuenta la historia de un escritor o escritora atormentado por su miedo a fracasar.

El ventilador era lo único que rompía el silencio absoluto que reinaba en la habitación, mientras, Raúl se dejaba caer en su silla de escritorio como si llevara a su espalda todo el peso del mundo.

La pantalla del monitor brillaba iluminando su rostro demacrado y frustrado ante las infructíferas horas de escritura.

Sus manos no dejaban de ir del teclado a su cara, de la cara a su cabello castaño, el cual sufría los tirones de pelo de pura desesperación.

¿Por qué le estaba pasando eso?, ¿Por qué no era capaz de escribir ni una frase con un mínimo de sentido?

Hacía meses que luchaba con un estado de ánimo que variaba entre la embriaguez, la ansiedad y la depresión. Todo lo que antes fluía, ahora se le atragantaba como una víbora enroscándose en su cuello.

“El niño de oro”, “el nuevo Zafrón” o “el Ken Follet español”, se había escrito sobre él hacía diez años cuando publicó su primera novela. Tal fue el éxito, que se vio obligado a hacer una segunda y una tercera parte, convirtiendo en trilogía una historia que no tenía pensado estirar más de la primera entrega.

La saga le trajo dinero, éxito, entrevistas, y una posible compra de Netflix sobre los derechos de “La tierra silenciosa” para una serie que, de realizarse, indudablemente sería un pelotazo.

Parecía que para un chaval de veintitrés años, que desde el colegio solo pensaba en ser escritor, nada podía ir mejor.

Pero la fama, las adulaciones, y más a esa edad, a veces juegan malas pasadas. Vendió tanto su historia a lo que quería leer el público, que su tercera y última entrega fue masacrada al tomar la difícil decisión de matar a su protagonista.

Él acostumbrado a que todo el mundo le adorara, llevó muy mal de pronto ser criticado por los que antes le aplaudían incondicionalmente, y también por los entendidos, que desde la segunda entrega solo veían a alguien vendiendo su talento al fan service y las marcas.

Desde entonces, no había sido capaz de escribir nada de la calidad de su primer libro publicado. El miedo, la angustia, el terror a verse a sí mismo como un fracasado, no le dejaba dormir, ni mucho menos escribir.

Cada vez que se ponía delante del teclado, todos esos pensamientos se volcaban en él y paralizaban por completo un cerebro que antaño colapsaba de tantas ideas, y que ahora solo podía pensar en rellenar la última copa de whiskey, aún sin acabar.

Su familia, e incluso Marta, la que fue su novia antes y durante el éxito, y que no pudo soportar la versión fiestera y endiosada del que fuera su chico, le habían rogado que visitara a un especialista. Pero Raúl, encerrado en su propia amargura, creía que solo querían quitársele de encima. No veían que solo estaba pasando una mala racha por culpa del mundo entero que se le había puesto en contra.

Cuando después de lo que parecieron horas, volvió a mirar la pantalla, y ésta le devolvió su blancura impoluta, un sudor frío le recorrió todo el cuerpo. Sus manos empezaron a temblar, derramando lo poco que quedaba en la copa que tenía en la mano, encima de sus pantalones. Intentaba gritar con una mezcla de frustración y miedo, pero no conseguía más que un ruido seco y vacío, que se fundía con su entrecortada respiración, agudizando la sensación de ahogo.

Intentó levantarse de la silla, pero al hacerlo, tropezó y la tiró al suelo. Él en su intento de no caer también, se agarró a la pantalla del ordenador, provocando que ambos acabaran en el suelo con un estruendo que en su cabeza sonó como una bomba.

Sentía que ese era el fin, que su corazón acabaría por salírsele del pecho, al ritmo que había alcanzado. Que la respiración, cada vez más difícil de llevar a cabo, iba a lograr que el nudo en la garganta que tenía acabara por ahogarle de un momento a otro. Y ya está, ese sería el triste final de Raúl Puig.

En un intento desesperado por no dejarse ir, palpó el suelo y encontró su móvil a un palmo de distancia.

Lo lógico hubiera sido llamar a la ambulancia, pero él había asumido que se estaba marchando, y solo quería pedir perdón a la persona que más daño había hecho en el mundo, y que aun así siguió ahí hasta el último momento para ayudarle.

Llamó a Marta.                                                                     

­—¿Raúl? Son las 3 de la mañana. ¿Qué te pasa? —Preguntó la chica con una mezcla de enfado y preocupación.

—Lo siento Marta… Yo… Lo siento.

Raúl no era capaz de articular palabra, ni pedir ayuda.

Ella se dio cuenta.

—¿Estás en casa? Llamo a una ambulancia. —sentenció Marta, ahora sí aterrorizada por su estado.

—No hace falt…

Marta colgó. Él empezó a ver chispas a su alrededor, y notaba como todo se iba oscureciendo cada vez más.

Dos años después, todavía recordaba la sensación de vacío y soledad que había sentido tirado en el elegante suelo de madera de su casa. Aun le parecía mentira que esa sensación de que se le iba la vida, fuera un fuerte ataque de ansiedad como nunca lo había sufrido.

Aun recordaba a Marta hablándole en el hospital, y rogándole que asistiera a un profesional, entre sollozos, y con el miedo a perderle reflejado en sus ojos. Entre eso, y la experiencia que acababa de vivir, se animó a finalmente asistir a una psicóloga todas las semanas.

Poco a poco, con la imprescindible ayuda profesional, pese a su reticencia inicial a ir, volvía a ver la luz. Todavía quedaba trabajo por hacer, y seguía necesitando las sesiones como el respirar, pero había podido volver a escribir, y sobre todo a vivir, cuidando de su salud mental.

Con el tiempo, su nueva novela “El hombre en la oscuridad”, inspirada en su experiencia, volvió a colocarle en lo más alto, esta vez sin perderse a sí mismo.



Sarai Hernández
Aprendiendo a expresarme mientras sirvo cafés... Vaya, que soy camarera, pero me encanta…
Miembro desde hace 2 años.
8 historias publicadas.

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Lucia F.S.
05 sept, 19:04 h
Que importante hablar de la salud mental. Además el relator me gustó mucho. Gracias
Sarai Hernández
05 sept, 22:20 h
Ay, muchísimas gracias por tu comentario. Me alegra que te haya gustado leerlo, gracias a ti!
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