Las pequeñas piezas de porcelana proyectaban largas y terroríficas sombras sobre el desgastado tablero. Su corazón latía desembocado observando las cartas, en una partida consigo mismo, donde solo cabía un final posible. Perder. Había alargado esa partida todo lo que había podido, pero todo tiene que terminar alguna vez.
Fuera, una intensa y peligrosa tormenta estaba envolviendo su pequeña casa; la fuerte lluvia se había convertido en una fiera letanía que marcaba el paso del tiempo con increíble precisión. Si le mataban en el juego, si perdía, acabaría pagando las consecuencias…
Se preguntó no por primera vez si eso no sería lo mejor, llevaba meses en ese pequeño sótano luchando contra fantasmas y las normas de un juego que nunca estuvo destinado a ser solo un juego. Tal vez, morir y acabar la partida fuese lo mejor. Así podría descansar.
La lluvia dio paso a los truenos, y los truenos a que su corazón desbocado le hiriera las costillas. Tres truenos; los dados se lanzaron.
Necesitaba dos seises…
Él nunca se había considerado a sí mismo creyente, pero ese día rezó, aunque no supo muy bien a quién ni el qué, pidió un deseo desesperado de que todo acabara saliendo bien. De poder dormir una noche entera sin despertarse sobresaltado por la necesidad de volver a tirar los dados. No salieron los seises, salió un número feo que se burló de su cara esperanzada. No salieron los seises por lo que, la partida acaba de ser perdida. Y con ello, también su vida.
Una solitaria lágrima de rabia se deslizó por su mejilla, acto seguido la tormenta se molestó en hacer ruido una última vez. Antes de que el ruido se hubiera extendido del todo, golpeando y arrasando, el jugador había desaparecido y el juego tenía una nueva pieza
Un final lleno de incertidumbre.
Saludos Insurgentes