Pulsó la tecla de intro. Le había costado decidirse pero al final lo hizo. Dos años había permanecido el manuscrito en el cajón. Lo había leído y releído varías veces pero nunca lo encontraba perfecto. Era su historia, la historia de un aventura de juventud donde la felicidad de los dieciocho años se vio truncada por la partida repentina de un amigo. Ella necesitaba expresar sus sentimientos de alguna forma y su mano dejó deslizar la pluma sobre el papel emborronado durante mucho tiempo. Su mente divagaba en recuerdos lejanos que se perdían entre la realidad y la imaginación.
Apagó el ordenador, se puso la chaqueta y salió a pasear durante aquella cálida noche de verano. Estuvo callejeando por las estrechas calles de la zona antigua de la ciudad y sin darse cuenta acabó bajo la arcada donde se despidieron. Era como si el destino la hubiera empujado hasta llegar allí. En una de las puertas, sentados en unos escalones, había una pareja de adolescentes. Reían en una conversación vacía que llenaba los huecos con pequeños besos. Ella se vio reflejada allí veinte años atrás con quien fuera su primer amor, su verdadero amor. Habían sido amigos inseparables durante unos meses pero el traslado de su padre hizo que se separasen para siempre.
Al principio se escribían cartas todas las semanas, después empezaron a espaciarse en el tiempo. Luego fueron las llamadas telefónicas, al final no había mucho que decir y dejaron de ocurrir. Sin embargo ella se negó a olvidarle y un día cogió la estilográfica que él le regaló por su dieciocho cumpleaños y comenzó a escribir guiada por la inspiración de aquel verano.
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- Es muy bueno. Este libro te atrapa – le dijo a su mejor amigo.-¿Estás seguro? Lo veo simple. Los diálogos son muy de andar por casa – le contestó
- No todo puede ser literatura de manual. La gente normal utiliza un vocabulario simple donde las frases hechas y repetidas son el centro de la conversación. Además tienes mucha facilidad para las descripciones.
-¿Sabes? Te voy a contar algo. Tengo el cajón lleno de novelas, unas cuatro. Siempre me gustó escribir pero nadie me entendió.
- ¿Estás segura? Yo te conozco muchos años y es la primera vez que me cuentas que escribes.
- Son sentimientos traducidos al papel. Son historias personales que tal vez describan carencias. No creo que a nadie le importe todo eso.
- Tal vez estemos faltos de sentimientos y justamente sea lo que necesitemos leer. Yo leo poco pero siempre voy buscando una historia de intriga o novela negra e incluso una novela histórica.
- Ahora queda lo más difícil ¿Qué hago con ella?
- Publícala, pero ya. Envíala a cualquier editorial de bajo coste, que te la valoren y publícala.
Sofía tenía miedo. Ella era de esas personas que no le era indiferente a nadie. Tenía un tono de voz que provocaba que todo el mundo la escuchase atentamente cuando hablaba. Su forma de expresarse era tan sencilla que todo el mundo entendía sus palabras. Su sonrisa era tan convincente que todos acudían a ella a pedir ayuda. Pero Sofía tenía un problema, a Sofía nunca le gustó su ombligo. Cuando se miraba al espejo veía a una mujer más bien bajita, con algún quilo de más, con la boca pequeña sobre una mandíbula ancha y aunque sus ojos irradiaban alegría nunca nadie se lo dijo. Sus complejos habían creado un caparazón que no dejaba ver a la Sofía soñadora, A la Sofía romántica que también lloraba, a la Sofía insegura que tenía miedo a decir las cosas y las escribía en un papel para que tal vez alguien las leyese algún día y pudiesen entenderla. Su miedo al fracaso le había cerrado las puertas en muchas ocasiones y no dejaba mostrar a la Sofía real.
Sofía se fue a ducharse para salir. Juan se levantó lleno de curiosidad y abrió varios cajones en busca de los manuscritos. Cogió el primero y comenzó a leer.
SUEÑOS ROTOS Agosto 2021“El chirrido de la puerta de cristal daba paso al viejo suelo de madera. Sus tacones sonaban sobre la tarima, desgastada, sin brillo, dejando ver los enormes clavos que sujetaban sus extremos.
Se sentó en una de las viejas sillas de madera y pidió un café. El dueño, un personaje especial, como perdido en el tiempo, tenía la mirada vacía. Pantalón azul oscuro, camisa clara ajustada al cuello por una oscura corbata, embutido en un desgastado chaleco de lana. Así como un camarero de los años de posguerra retratado en las películas costumbristas Luis García Berlanga.
La joven echó una mirada al recinto. Las paredes estaban forradas de madera, con plafones cuadrados y pequeños espejos. Una herencia de principios del siglo XX. Percheros que recordaban el uso del sombrero por la tabla situada en la parte superior. Apliques en las paredes que evocaban una época en que la luz solo era para unos privilegiados o para salas de fiestas importantes. Pensativa miro al techo donde se dibujaban molduras que recordaban otra época, otros tiempos.”
Sofía salió de la ducha con una toalla alrededor.
- ¿Qué estás haciendo con eso? – preguntó mientras Juan leía otro de los manuscritos sentado sobre la cama.
- Leer – contestó él sonriendo
- Déjalo. Yo no te he dado permiso – le ordenó muy enfadada
- Pero yo quiero leerlo – le dijo mientras ella intentaba quitarle el libro de las manos.
Cayeron sobre la cama. Él le quitó la toalla y comenzó a besarle el abdomen, el ombligo, los pechos. Poco a poco se fueron quedando desnudos como dos jóvenes adolescentes en su primera cita. En silencio los besos hacían su eco en la piel de los dos. Sumergidos en el deseo contenido durante días, durante años, muchos años. Retozando como dos animales en celo, llegando al clímax extasiados, dejando dormir sus cuerpos relajados sobre las sábanas blancas esperando la salida del sol para comenzar a escribir su propia historia.