Conozco todo de él. Formo parte del equipo desde hace años, pero nuestra relación es únicamente profesional. Hemos estado a solas en contadas ocasiones, para alguna foto más personal. Lo normal es que esté rodeado de mucha gente que habla y habla y le dice si a todo. Vivo para observarle a través del objetivo, alejo el zoom, lo acerco. Admiro sus rasgos desde lejos y me aproximo para recorrer cada detalle. El pelo largo, las arrugas que surcan su frente y la comisura de los labios. Los descansos en el camerino, aire despreocupado, juvenil y fresco rozando los cincuenta. Los directos, lleno de vitalidad, recorriendo el escenario, mostrándose sin pudor. Reuniones con amigos, drogas, alcohol, fiestas en las que no participo directamente, fotografiando risas, llantos, besos, caricias, que luego, en la habitación del hotel, hago mías.
Temo que un día se acerque, curioso, retire la cámara de mis manos, y me vea obligada a mirarle por primera vez directamente, sin la protección que me ofrece permanecer en segundo plano. Oír su voz tan cerca, respirar el mismo aire. Que pueda ver en mis ojos lo que escondo, me descubra y la magia se esfume. Perseguir un objetivo me mantiene alerta. Conseguirlo sería el fin.
Ya se escuchan los gritos de los fans. Preparado para salir al escenario. Se gira hacia mí con media sonrisa. Capturo su esencia y sigo soñando.