Por fin llega el fatídico día.
Hoy me despido del corredor. Ocho años. Ni yo mismo fui tan cruel con mis víctimas: las despaché rápido, a cuchillo. Incluso les ha dado tiempo a hacer una película a mi costa. Me cuentan que con un actor protagonista más feo que yo. No sé qué careto tendrá ese tipejo pero me creo la comparación. Yo era el ojito derecho de mi madre, y siempre pensé que se debía a mi belleza. Supongo que el adefesio de mi padre sospechaba que detrás de un hijo guapo había un adulterio, por lo que salíamos a paliza diaria. Hasta que me lo cepillé, claro. Menos mal que, para entonces, a mi santa madre se la había llevado una neumonía. Bastante había sufrido la pobre agonizando cada uno de los días que estuvo con ese desgraciado.
En este zulo legal me han acompañado Kant, Nietzsche y Schopenhauer; Sócrates, Platón y Heráclito. En cambio, evité leer las escrituras sagradas porque yo no debo nada a los dioses; en todo caso, al revés.
Hoy este pasillo es una autopista hacia el cielo, pero sin firmamento ni farolas que iluminen el asfalto. Vamos, que no es autopista ni es cielo, como yo, que no soy ser ni soy humano, a tenor de las crónicas que sobre mí han escrito periodistas que saben más de sensacionalismo que de la vida.
Termino alabando a la administración penitenciaria. Con qué dignidad me preguntaron por mis deseos para la última cena. Y no reparé en gastos; lo normal cuando la cuenta no corre de tu bolsillo. Casi muero de empacho: cigalas, cochinillo, surtido de quesos, hummus y mucho pan recién horneado.
Me llevo a la tumba el abrazo emocionado del guardia, que se ha convertido en amigo.
Al resto, que os jodan.
Me ha gustado.
Habla de la muerte con una naturalidad brutal.
Enhorabuena.
Saludos Insurgentes
Me ha encantado.
Felicidades, Jose.