Bajo la luz blanca que bañaba su máscara lobuna podía entreverse un color plateado. Iba trajeado y, sin embargo, sabía que no venía a invitarme al baile, más bien iba tras lo mismo que yo. Fijó sus ojos azules, visibles a través de la máscara, en mí. Le sostuve la mirada, siempre con la posición lista para salir corriendo si hacía falta.
-Te recomiendo que no sigas. – dijo rompiendo todas mis expectativas sobre lo que podría haber dicho – Por tu bien.
-Creía que te ibas a currar más la amenaza.
-Yo no soy un ladrón como tú. – con la mirada fija en la basílica, el chico se acercó a mí silenciosamente – Por eso te recomiendo que no sigas.
Apreté la cinta que envolvía la tela a mi espalda, en lo que podía ser un bolso improvisado para cuando robe la pequeña pintura.
-Si no eres un ladrón, entonces es mejor que abandones. Esa pintura si no la robo yo, lo hará cualquier otro.
Apenas días atrás se filtró la noticia de que la Basílica de San Marcos contenía un cuadro en tela coloreado con pinturas mezcladas con oro, algo que despertó las ansias por poseerlo entre los mejores ladrones de la ciudad, incluida yo.
-Son esas ansias vuestras por querer poseer cosas de valor que no entendéis que está en la Basílica por una razón.
Fruncí el ceño. ¿Qué otra razón podía haber que mostrar las riquezas que siempre había tenido la iglesia respecto al pueblo?
Pero no tardé en descubrirlo cuando, de las grandes puertas de la basílica salió un hombre gritando y pidiendo ayuda. Cayó de rodillas a pocos metros de la entrada. Un trozo de tela cayó con él mientras sus manos y su cara se oscurecían y trozos de piel caían sobre el pavimento.
Me ha encantado.
Saludos Insurgentes