Estoy frente al Museo de Arte Moderno y Contemporáneo, sabiendo que en breve me practicaré un harakiri emocional. Allí dentro permanecen los vestigios de un legado que me está vetado. Siendo el único descendiente del pintor no puedo reclamar nada por pertenecer a una línea bastarda, la que inició mi bisabuelo, como hijo no reconocido.
Me decido a entrar y voy directo a la galería del pintor pichabrava. Busco la ilustración que me describió mi madre y al dar con ella la reconozco al instante. Con un magnetismo dormido durante siglo y medio, mis ojos quedan atrapados por su visión:
Dos personas con túnicas, sobre una nube, ocupan un lejano primer plano. Aunque sus rostros están ocultos parece que miran al potente sol del que parten círculos concéntricos de miles de ángeles con sus imponentes alas. Alrededor de las dos personas misteriosas, los ángeles parecen abrirse. El tiempo se detiene y, abducido por la imagen, empiezo a sentir que soy uno de los personajes. Ahora, la proximidad del sol me deslumbra y afilo los ojos. Cuando adapto la visión, todo cobra vida. Miles de alas se baten en un clamor ensordecedor. Sin embargo, tras la incomodidad inicial, encuentro la armonía en ese movimiento y el ruido se vuelve sinfonía. Siento que se suaviza la presión de mis pies sobre el suelo e instintivamente deslizo la túnica que envuelve mi cabeza. Cuando cae al suelo noto que dos alas traseras comienzan a abrirse con torpeza, pero en su máxima abertura se tornan majestuosas. Con naturalidad, las asumo como propias. El sol parece llamarme y me impulso, imparable, hacia mis olvidados hermanos.
Ahora entiendo mi auténtico legado.
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Saludos Insurgentes