«El peso de la fama»

¿Es usted la famosa Basilisca Braun, la pintora insigne de este siglo? 

- Sí, bueno, creo que es pronto para afirmar eso, pero gracias. ¿Quién lo pregunta?

Roberto di Napoli y he venido a que me hagas un retrato. No hay problema por el dinero, eso sí sólo puedo darte cinco días para mi cara, una hora por día. Lo demás, hazlo tan heroico como quieras. ¿Aceptas el desafío?

- Sí, pero...

Nada de preguntas, para eso te suplico el sueldo. Mañana a esta hora.

- Hasta mañana.

Basilisca notaba algo raro, como si la cara fuera un poco distinta cada día, pero, aún así, armoniosa cada vez. La cara no dejaba de incomodarla y sorprenderla. Algo no era normal.

Al quinto día, aquel señor le dejó un saco lleno de monedas y se fue.

No sabía si debía dedicarle más tiempo, pues esa cara no encajaba con nada normal ni natural, sino que se vio obligada a innovar a partir de ese misterioso rostro.

Tras muchos experimentos y tiempo invertido, el óleo estaba acabado. En ese momento apareció aquel ser sospechoso con ligeros y armoniosos cambios en el rostro y se llevó el cuadro, no sin antes añadir:

Humana, esta obra es mejor que las que me han hecho antes y, aunque no lo creas, muy realista. No me equivoqué contigo. La humanidad aún tiene esperanza...

Y ahí mismo se esfumó.