Llegó el día que había esperado durante tanto tiempo. Siempre pensé en mi fiesta de 18 años. Mis padres celebrarían un gran acontecimiento (todo lo hacían a lo grande) con cientos de personas, en el jardín de casa. Tendría montones de regalos y un vestido realmente precioso.Sin embargo, abrí los ojos en aquella pulgosa habitación de un motel de carretera, sin un duro en el bolsillo y sin nadie a quien acudir. Llevaba días sin comer, no tenía trabajo ni ropa limpia para ponerme. Había tocado fondo.Solo había sido necesaria una noche de juerga para que mi vida cambiara, y ya no había vuelta atrás. Me había quedado sola. Triste. Había perdido mi familia, mis amigos, mis estudios en una universidad de prestigio, mi futuro asegurado. Todo por ella.Mientras abría los ojos me preguntaba qué motivo tenía para seguir viviendo. La vida me había dado la espalda y yo pensaba en dársela también. No me veía capaz de salir adelante. Hasta ayer solo era una cría, pero hoy era diferente. Bienvenida a la mayoría de edad.Un sonido me hizo desconectar de mis pensamientos y cuando abrí los ojos, allí estaba ella. Me mirada con sus enormes ojos verdes mientras hacía su habitual ruidito y me sonreía.Entonces lo supe. Ella era mi vida. Cualquier cosa que pudiera haber tenido no podía compararse con la sonrisa de mi pequeña cuando me veía. Lo merecía todo.