El síndrome del impostor - Villalba
Vi
Villalba

«El síndrome del impostor»

1010 palabras
8 minutos
87 lecturas
Reto creativo «Escribir es invitar»
😨 Cuenta la historia de un escritor o escritora atormentado por su miedo a fracasar.

Los primeros rayos de sol avanzan imparables, llenando de luz la pequeña vivienda aislada a la que Marc se mudó hace unas semanas para terminar la última entrega de su aclamada serie “Los misterios del pasado”.

Al llegar al cabezal de la cama de matrimonio situada en una esquina de la habitación, Marc, como de costumbre, da la espalda al ventanal de la fachada, derrochando unos minutos más de su mañana para descansar, despertando a Spike, el pequeño felino del que se enamoró en una de sus visitas al refugio local de su ciudad.

El gato había sido abandonado por sus antiguos dueños en un contenedor al poco de nacer. Con su abundante mata de pelo despeinado y sus ojitos tiernos, no tardó en robar el corazón del escritor, quién, sin dudarlo, le hizo su nuevo compañero de vida.

Esa fue la primera decisión que Marc tomó sin pensar.

Los maullidos insistentes de su famélico amigo despiertan al joven de su profundo sueño a las 11, precisos como un reloj, y le obligan, por fin, a empezar el día una vez más.

Marc, un hombre de hábitos, prepara como cada mañana un buen café para alertar sus aún aturdidos sentidos y escapar de ese estado de cansancio del que no parece poder deshacerse. Poco después, se viste con la indumentaria adecuada para salir a correr por el monte al que da la puerta trasera de su acogedora choza.

No es hasta un par de horas más tarde, que el escritor vuelve con los zapatos arenosos y una barra de pan recién horneado entre las manos. La usará para prepararse un bocadillo que le calme el hambre hasta que termine de asearse y empiece a cocinar algo, allá sobre las 15.

Marc siempre fue una persona de rutinas. Ya de bien pequeño se trazaba horarios estudiados que seguía al pie de la letra para optimizar al máximo el tiempo, y así es como ha conseguido siempre tenerlo todo terminado a su debido momento.

Desafortunadamente, desde que se instaló en su hogar temporal, desesperado por encontrarle un final perfecto al héroe literario más querido del momento, no ha sido capaz de romper con su ciclo de sueño descontrolado, que, para su consternación, le lleva a tener una agenda bastante caótica y la cabeza un poco dispersa.

Marc nunca ha sabido cómo hacer las cosas sin una planificación previa, y este nuevo estilo de vida desordenado le lleva a tientas.

Tocan las 17, la hora en la que el muchacho solía sentarse frente al escritorio y dejaba fluir la imaginación. En lugar de eso, se encuentra delante del mármol de la cocina, recién levantado de su breve siesta, limpiando los restos de su aventura culinaria.

Y así es como, sin quererlo, ha vuelto a perder buena parte del día.

Marc decide empezar a escribir a las 18 en punto, y para matar esos minutos que faltan, algunas veces llama a sus amigos para charlar, y otras, llama a sus padres para preguntarles por su viaje por el continente europeo.

Mario y Alicia fueron los que sugirieron a su hijo que se marchase al monte a desconectar y concentrarse en el trabajo después de ver al personaje de Colin Firth en “Love, Actually” huir con el corazón roto a su cabaña francesa.

Tras diez intentos fallidos de darle a Joseph, su intrépido detective, la clausura que merecía, terminó considerando la propuesta y un par de días más tarde, se encontraba llenando los armarios de su nueva residencia: la antigua casa de sus abuelos.

Tal y como siempre se promete, el muchacho se sienta religiosamente frente a la mesita de madera al dar las 18. Con un vaso de agua fría a lado del portátil, escribe lo que espera que sea el final definitivo. Marc no tardará en borrarlo, presionando furiosamente la tecla de suprimir entre bufidos, convencido de que no es lo suficientemente bueno.

Para calmar los nervios, recurre a la barra de pan de la mañana, ligeramente endurecida y a medio comer. La unta con mantequilla, le echa una yesca de queso, un poco de jamón, y a la tostadora.

Marc, como cada día, mirará hacia la mesa varias veces mientras devora el bocadillo. Su ordenador seguirá encendido, con un documento abierto y el cursor parpadeando, juzgando su ineptitud, y después de terminarse la merienda, considerará recurrir al método clásico: el papel. 

No es una idea foránea, pues siempre ha pensado que las mejores obras se escriben a mano, pero el tiempo se le echa encima, y su editora lleva semanas reclamando el borrador de los últimos capítulos, no hay tiempo para lluvias de ideas y garabatos.

La presión a la que se ve sometido incrementa a cada día que pasa, y Marc se ve abrumado por las altas expectativas que tiene el mundo entero sobre él. Solo tiene que topar con una idea lo suficientemente buena para contentar a sus lectores, y a sí mismo, y después podrá adentrarse en nuevos proyectos emocionantes.

Joseph y sus descabelladas peripecias han sido su refugio en los momentos más duros. Las primeras aventuras empezaron a escribirse sobre la marcha desde un sillón de hospital mientras le contaba la historia a su hermano menor, Joel. Todo cobraba sentido, noche tras noche, gracias a la mente curiosa del pequeño, y al final, el primer libro terminó siendo tan suyo como de Joel.

Joseph es lo único que le ancla a la memoria de su difunto hermano, y el final debe ser tan perfecto como lo era aquel niño risueño de mejillas rosadas. Puede hacerlo, sabe que puede, pero le atemoriza tanto no estar a la altura, que solo de pensar en coger un lápiz o abrir el ordenador, se le estremece cada centímetro de su cuerpo, y ese miedo no le deja avanzar.

Marc está bloqueado, pero en lugar de tomar las riendas de su vida como siempre ha hecho, decide encender el televisor y dejar la mente en blanco hasta que llegue la hora de cenar o caiga rendido por el agotamiento y vuelta a empezar.

Vi
Villalba
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Wilma Beatriz Menelik
03 sept, 01:40 h
Relata muy bien la vida de muchas personas. Esas a las que el miedo a no dar la talla les detiene. Muy bien redactado, a mi parecer .
Virginia Vic Miron
03 sept, 15:03 h
Maldito síndrome del impostor. Entiendo bien a Marc u.u
Vi
Villalba
03 sept, 16:22 h
Quizás lo que necesitáis ambos es enamoraros de vuestras obras tanto como de las de los demás ;)
Virginia Vic Miron
03 sept, 16:42 h
Eso y un poco de chocolate caliente jajaja
María Caballero
03 sept, 18:10 h
Esos momentos en los que no logramos avanzar son horribles. Bien descrita la situación.
Iván Del Dedo Martín
05 sept, 22:11 h
👏🏾👏🏾
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