El viejo Lamber - J.C. Plaza
JP
J.C. Plaza

«El viejo Lamber»

1010 palabras
8 minutos
78 lecturas
Reto creativo «Escribir es invitar»
😵 Imagina la aventura personal de un o una novelista que pierde la noción entre la realidad y la ficción.

En mi opinión, crecimos educados en el ambiente más propicio y acomodado, era de esperar un desarrollo inclinado a un futuro prometedor.


Yo, estudié Derecho como lo había hecho mi padre; familia de abogados, gozábamos de buena estima y reputación en la alta sociedad madrileña, al igual que la familia de L... de larga tradición médica. Siempre tuvo claras sus aspiraciones en escribir la novela española sucesora de El Quijote - revolucionará la sociedad- afanoso expresaba a sus padres. Pese a las objeciones de todo su entorno, decidió estudiar Filosofía. 


Con las mejores facilidades de la época nos vimos, jóvenes y entusiastas, sitos en la ciudad de Salamanca, famosa por su prestigiosa universidad y su arquitectura renacentista en monasterios, conventos y catedrales que otrora vieran tenebrosas y macabras leyendas. Aunque ahora se haya olvidado, aquella ciudad fue clara y oscura en absoluta paridad; cuanto por el día se impartían ordinarías lecciones y cátedras en sus facultades, por la noche se invocaban espíritus y se hablaba al Diablo por medio de aquelarres sacados de antiguos grimorios del siglo XV. Esta tradición que yo pasé por alto, a mi buen amigo, de veras, que le mantuvo absorto y arto ocupado durante los primeros meses del curso universitario. 


Me es imposible explicar la rapidez con que mis peores temores vaticinaron el radical cambio, no solo físico, que experimento mi joven amigo.  Ahora, más ávido que nunca, su postura se encorvó ligeramente y había adoptado un nerviosismo en los dedos de las manos, sucias y mal cuidadas, de lo más repelente. Pronto empezó a desaparecer largos periodos de tiempo en los cuales, me insistía a mí mismo el escribirle grávidas misivas que él ignoraba como si intentase desaparecer poco a poco. Obstinado en mi empeño, conseguía verle en contadas ocasiones, solo decir, que durante el segundo cuatrimestre coincidimos tres veces: una de ellas, por casualidad y sin que él me viese, en la calle a altas horas de la madrugada; viniendo yo, de la casa de unos compañeros de facultad donde solíamos quedarnos hasta tarde, bebiendo ron y jugando a las cartas, vislumbré la sombra de mi amigo en la lúgubre luz procedente del quinqué sujetado por sus temblorosas manos. La imagen que se me representó era la de una figura delgada y muy empeorada que, con una capa negra, intentando ocultar la luz, corría huidizo, pegado al muro de la calle, de manera añora y poco usual (en ese momento sospeché de sus actividades, pasada esta historia, me enteré que provenía de una sesión de mesmerismo). Una de las pocas ocasiones que conseguí quedar con él en un concurrido Café de la Plaza Mayor, trajo consigo un aspecto huraño, con un tono melancólico me hablaba incesantemente de una novela que estaba desarrollando. Agitado, me explicaba cada apéndice de Lamber, el protagonista, que parecía un alter ego de él mismo y, como este señor, escribía una novela dentro de la propia novela – ¡un libro dentro de otro!- decía apasionadamente. 


Bien sabía que estaba siendo atraído al silencio necesario que da la soledad de aquel que se empeña en realizar una gran obra. Un martes al atardecer decidí ir a verle, lo que ocurrió realmente fue algo para lo cual mi espíritu no estaba preparado y me atormentó de sobremanera durante todo el año. 


Llamé a la aldaba, sonó una voz alejada advirtiendo que no estaba para nadie, que dejasen de molestar y se marcharan. Cuando me identifiqué mi amigo abrió la puerta despacio, dejando verse poco a poco, como falto de voluntad y ánimo. Al descubrir su cara, noté la falta de sueño en su rostro, sus ojos parecían vacíos como los de alguien sonámbulo o que está en la más profunda tristeza. Me adentré con la intención de hacerle entrar en razón y dejar de escribir aquella malhadada novela y volver a ser el de siempre (aunque pareciese imposible), cuando en mi empeño, oí una voz tenue, provenía de su habitación. Le pregunté que si tenía visita, pero, él absorto y ajeno, solo contestó – no-. La situación me empezó a incomodar, y rápidamente los nervios se apoderaron de mí, cosa fácil sería expresar mi titubeo y azoramiento creando en mí un sentimiento de soledad en aquella turbada casa. De pronto, la puerta de su habitación empezó a abrirse, lentamente, sus bisagras antiguas me hicieron perder la poca calma que aún quedaba en mí. Una cabeza asomó por el quicio de la puerta tan despacio que solo un maníaco actuaría de tal forma; yo, ignorando por completo a L..., repetía en voz aguda quién estaba allí. Me incorporé temblando y armándome de valor me asomé al pasillo para averiguar el rostro de aquella cabeza que se movía tan lentamente. Le volví a exhortar que aclarara su identidad, cuando en mi asombro y sin poder reaccionar, vi girar sosegadamente la cabeza, descubierta del todo se veía, inconfundiblemente el rostro de L... Mi perplejidad era evidente, salí corriendo al salón, pero ya no había nadie en el sillón. Bruscamente, se oyó un portazo, volví sobre mis pasos y me encontré la puerta de la habitación cerrada. En mi reducto no quedaba huella de valor y mi única intención era salir corriendo; crucé el pasillo y cuando pasé por la habitación aceleré el paso. Abandoné la casa y no volví a intentar contactar con él los días siguientes. 


Ese verano, los dos habíamos vuelto a Madrid. Recibí una carta de L... que sugería vernos para explicarme lo ocurrido. Al parecer había estado practicando sesiones de mesmerismo con un conocido doctor. Él mismo se había aplicado las sesiones con el fin de perder su propia personalidad y conseguir una nueva, la de Lamber. A medida que se aplicaba a sí mismo sesiones más largas y avanzadas, él perdía su voluntad y adquiría la de Lamber que progresivamente iba ocupando el lugar de L...Tan adelantado iba en su práctica que, aquel día que estuve en su casa y ocurrieron aquellos extraños sucesos, él mismo me expresó, ahora pausadamente y con una sonrisa en su rostro, que había conseguido desdoblarse. 


JP
J.C. Plaza
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2 historias publicadas.

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Carolina Gilbert
04 sept, 13:58 h
Tiene un punto de locura muy Poe. Me ha gusto mucho
JP
J.C. Plaza
04 sept, 17:40 h
El relato está muy influido por Poe. Has acertado bien. Muchas gracias por tu comentario.
Wilma Beatriz Menelik
07 sept, 11:33 h
Interesante.
JP
J.C. Plaza
08 sept, 23:50 h
Gracias.
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