Y de repente, en medio de esa reunión tan importante, se escuchó un gran estallido enfrente de nuestra ventana. Y solo puedo pensar en una cosa. O más bien dicho, en una persona. Mi hermana. Ella trabaja en el restaurante de la planta 107, en la torre norte. Así que cuando doy golpes en las ventanas mi cerebro no está pensando en qué quiere decir todo ese fuego, todo ese humo, toda esa destrucción ni en los objetos que impactan contra mi ventana. Lo único que puede hacer mi cerebro es gritar a través de mi boca, de mis labios y lengua, el nombre de la persona a quien más quiero en este mundo.
Y mientras yo llamo a Rory golpeando con los puños cerrados el gran ventanal de la sala, como si así ella me pudiera oír des de donde me encuentro y así poder huir, alguien me coge y me obliga a correr. Bajamos escaleras y escaleras, pisos y pisos. No veo bien por culpa de las lágrimas y tropiezo con mis propios pies. Por suerte estoy cogida a la baranda, sino, la masa de gente que corre detrás de mí se me hubiera zambullido como una gran ola arrasa con la arena humedecida en una playa. Veo que esto mismo ocurre a mi alrededor, y me doy cuenta de que de vez en cuanto yo también piso alguna mano, alguna pierna… Pero no me puedo parar a ayudarlos.
No sé en qué planta vamos cuando todo tiembla y nos caen encima trozos de piedra. Tenemos miedo de que todo se derrumbe. Una vez abajo, nos atienden, o lo intentan, porque yo los ignoro y pregunto por la planta 107.
Demasiado cerca de la explosión.
Todo, todas las personas de allí, han muerto.
Me derrumbo. Ni un adiós.