Terminó de encender la última de las velas al compás de la música de piano que sonaba en el equipo multimedia. Comprobó el estado de la cena que se encontraba en el interior del horno y echó un vistazo por la ventana. Anochecía. Una sonrisa se dibujó en su cara, la noche sería perfecta. Desde aquella cima montañosa la visión del horizonte era mágica, sutilmente delimitado por las luces de los distantes pueblos que rodeaban a la montaña. Sabía que la cita iría a la perfección. A pesar de que su ritual siempre le había dado buenos resultados, esa noche debía ser incluso mejor.
Su móvil sonó, contestó y pidió a su acompañante que esperara. Se puso su chaqueta y se miró al espejo antes de salir. Impecable. Salió de la casa y se introdujo en el teleférico privado para bajar a por su cita.
Pudo comprobar en su cara el efecto de sorpresa que causaba siempre esa llegada tan poco usual. Nunca fallaba. Aunque, a diferencia de otras veces, la suya no difería demasiado por el deslumbre que le produjo la belleza de su invitada. La velada comenzaba muy bien.
Recibió una botella de vino con una sonrisa y emprendieron la subida. Conforme el trayecto comenzaba, la rodeó con su brazo mientras le señalaba puntos en el horizonte y le explicaba que se veía a través de los cristales. Todo continuaba según lo planeado, hasta que el freno de emergencia actuó y vieron, desde su privilegiada situación, como todas las luces de los alrededores se apagaron simultáneamente.
Un ataque de pánico les sobrevino cuando comprobaron que no tenían cobertura. Pero, tras superarlo, con una buena botella de vino y mucha conversación, entrelazaron sus vidas mecidos por el viento a cincuenta metros sobre la ladera de aquella montaña.
Votado.
Buen relato, enhorabuena
Saludos Insurgentes