«Enter»

Dicen que una historia se construye de los detalles que por separado nada dicen. 
Yo era huella, cierto árbol, una agonía pasajera. Era silencio y todo oídos. De niño me habían dicho: “ahí quieto”, y ahí quieto me quedé por siempre. 
A ella la conocí por azar. Entré en aquella amalgama virtual, pulsé un botón incorrecto, se prestó a venir y, nervioso, no supe que decir. 
Resultaba un torbellino, no callaba: sino un pasaje a no sé qué horizonte, hablaba de la extraña forma de cualquier nube. Y ponía una arruga alegre y fingida de la que no decía palabra.
Se instaló cerca. Mi madre empezó a recelar de tanta salida nocturna, pero nada me preguntaba, qué de raro iba a hacer un muchacho como yo. 
Y se sucedieron los meses. En el calendario la hoja sin pasar. Pero durante aquel ínterin -no fue algo eterno, no podía serlo- descubrí que ella se deshacía conforme en una inconformidad imperecedera. Por otro lado me hizo descubrirme -he aquí el inocente desajuste-, me hizo descubrirme polvo atemorizado por el viento. 
Aquello no era vida para ninguno de los dos. Fue placentero y también un continuo desvelo. Las riñas, numerosas, igual de numerosas que los reencuentros. Es probable que regrese algún día, que necesite llamarme. Un café insomne a las puertas de un parque, diversas hazañas por contar, una amnesia pasajera. O puede que no, que el amor viva de olvidos. Por lo pronto la página del calendario está en el mes en curso. Las hojas arrancadas sobreviven bajo una aceitera y el líquido que esta deja. Y ahora, que ambos libres, ahora que no hay desvelos, dime, ¿qué sentimos? Yo, siendo sincero, no sabría si es la dicha de no ser peso o el propio peso insostenible de la nada.