Como cada mañana, el anciano se sentaba en el mismo banco del parque, con la mirada perdida y la mano temblorosa. Jamás nadie hablaba con él y al caer la noche, desaparecía de la misma forma. Finalmente, decidí que era el momento de hablar con él, de saber de su soledad y tristeza. Me senté a su lado y le dije:
—Dime, ¿Qué es lo que te trae aquí cada mañana?
Me miró con los ojos tristes y me dijo:
—No me queda nada más que hacer, tan solo esperar que algún día Dios quiera llevarme a su lado.
—Yo podría hacer algo por ti, aunque solo sea hacerte compañía cada día.
—Quizás, pero solo un hombre de buen corazón puede ayudarme.
—¿Crees que yo lo soy?
—Estás aquí hablando conmigo, cuando nadie lo hace, seguro que sí.
—Entonces, dime que quieres que haga por ti.
—Mostrarle al mundo la verdad sobre mí.
—¿Qué verdad?
—Todo el mundo cree que fui un héroe, pero están muy equivocados, realmente fui un cobarde. Dejé abandonados a mis hombres en aquella batalla, hui desesperado de la muerte y les dejé morir en la lucha mientras yo me escondía. Y aunque me arrepentí cien veces de aquel pecado terrible, ahora me encuentro atrapado en este limbo, no me importa el cielo o el infierno, solo quiero salir de aquí. Y solo podré hacerlo si alguien cuenta la verdad.
Yo accedí a ayudarle, contar al mundo la verdad, pero nadie me creyó, todos me tomaron por un loco.
“¿Cómo puedes haber hablado con un hombre que lleva muerto cien años?” —Me decían
Pero no importa, yo cumplí mi palabra y aquel hombre no volvió nunca más al parque. Ahora no sé si está en el cielo, o en el infierno.
Me ha encantado paisano, enhorabuena
Saludos Insurgentes