Se siente rara. Lleva todo el día alterada, con una maldita sensación de ingravidez que está a punto de hacerla llorar. No le dice nada a su madre, se pondría de los nervios y la llevaría a urgencias para que la hicieran las mismas perrerías de siempre. No, prefiere acostarse.
En casa todos están alborotados, esta noche es el equinoccio de otoño. No sabe porqué en su pueblo se montan tantas películas, siempre han contado historias fantásticas, dignas del mejor film de Spielberg. Memeces. Ella nunca ha visto nada, ni se ha creído ninguno de esos cuentos para trasnochados.
Ya en la seguridad de su habitación, espera que pase la noche y que la luz del día le traiga claridad. Pero no consigue dormir tranquila. Sin tener claro si está despierta o soñando, ve una sombra en el umbral de la puerta de su habitación. Es su abuela, la persona que más ha querido y a la que más daño le ha hecho. Emocionada se abraza a ella:
—¡Abuela! ¿Cómo es posible que estés aquí?—
—No llores cariño, hay algo que te quiero enseñar—
Y así cogidas de la mano salen a las calles de un pueblo que aunque es conocido, lo ve diferente. Su abuela le señala divertida hacia el campanario de la iglesia, donde un alguien parece estar a punto de tirar algo desde arriba.
—Ese es tu abuelo— le dice entre risas la abuela. Estuvo a punto de tirar un gato para comprobar si era verdad que tenían siete vidas. Menos mal que el gato fue más rápido y pudo escapar.
—¡pero cómo es posible! Yo también quise hacerlo, pero me pilló mi madre antes y estuve castigada dos semanas.
—Si, cariño. Te hubiera gustado conocerle. Erais iguales, rebeldes, un poco salvajes a veces, pero con un gran corazón, aunque a veces os cueste tomar las decisiones acertadas. Cuando tu madre desesperada por tus trastadas, te decía que tenías el demonio en el cuerpo, en el fondo sabe que tienes el mismo carácter explosivo del abuelo y aunque nunca lo va a reconocer, en el fondo está orgullosa.
Por el otro extremo de la calle aparece un grupo de mujeres cogidas de brazo y charlando animadamente.
—¡Mira abuela, es mi madre! ¡Que guapa!—
—Si, era la alegría de la casa, siempre riendo y cantando. Las preocupaciones y lo problemas la han convertido en una sombra. La marcha de tu hermana cuando se casó la dejó tocada y nuestro accidente la hundió. Espero que algún día encuentre algo de luz.
—Pero abuela que está pasando. ¿Cómo es posible que estemos aquí las dos reviviendo el pasado? ¿Estoy soñando? ¿Me he muerto yo también’
—No, ni estás soñando ni te has muerto. Es esta mágica noche donde todo puede ser posible o imposible. El equinoccio de otoño, la equidistancia entre la luz y la oscuridad, entre lo que se ve y lo que se oculta. Pero la magia acaba aquí, no se puede borrar lo que pasó. Yo perdí la vida en aquella carretera y tu volverás a tu silla de ruedas, pero tienes que dejar de sentirte mal. Tu no tuviste la culpa, fue un accidente de coche. Llegó mi momento, pero el tuyo aún no. Tienes que liberar tu oscuridad y hallar tu equilibrio.
👏👏
Saludos Insurgentes