Mila Clemente

«Ofrenda otoñal»

885 palabras
7 minutos
35 lecturas
Reto creativo «Equinoccio de Otoño»
En un pequeño pueblo, durante el equinoccio de otoño, las sombras de los habitantes cobran vida propia y revelan secretos ocultos. Una joven, intrigada por la sombra de su abuela ya fallecida, decide seguir a esta sombra en un viaje a través de recuerdos y momentos pasados.
Año 1623

                 La mañana en la que comenzó el equinoccio de otoño, Irati salió temprano. Las nubes anunciaban tormenta, y una brisa fría le advertía del cambio. Caminando entre pinos y nogales, la añoranza de su infancia envolvió sus pensamientos. El recuerdo de su abuela horneando dulces otoñales le causó un atisbo de optimismo en su rostro.

Como cada año, Irati y su madre preparaban la ofrenda otoñal para ofrecerle una bienvenida mágica al nuevo ciclo de renovación y reflexión. Una tradición adquirida por su abuela Maritxu. Los recuerdos de su fortaleza y valentía, avivaban sus anhelos por recolectar los frutos necesarios para honrar su memoria además de alentar un plácido invierno.

Recolectaba nueces cuando extrañas sombras revoloteaban a su alrededor como buitres leonados en busca de su presa. Observaba aterrada cada sombría silueta sin entender lo que sucedía. De pronto, una de las sombras se paralizó bajo un roble colmado de bellotas. El resto de sombras se dirigieron hacia la cueva donde años atrás, su querida abuela falleció injustamente, la cueva de Zugarramurdi. En cuestión de segundos, Irati reconoció esa sombra inerte frente a ella; la silueta de una pomposa falda, larga melena con ondulaciones sobre los hombros, y una de sus manos palpando la tierra, al igual que insinuaba Maritxu cuando pretendía que su nieta se acomodara junto a ella.

Sus piernas comenzaron a caminar despacio, esquivando grandes piedras que le interrumpían el paso entre la vegetación. Mientras avanzaba hacia ella, el aroma a lavanda, pino y endrinas, le reafirmaba que esa sombra pertenecía a Maritxu. Recuerdos de lavanda en su solapa y pacharán en su copa rondaron en su cabeza, al igual que los golpes a los piñones sobre la piedra, mientras Irati los degustaba sonriente.

La sombra de una mano acarició su piel, provocando un escalofrío a la vez que sus párpados se cerraran como si así pudiera sentirla más cerca. Después, ese cálido instante desapareció, pues la sombra de su abuela sobrevolaba lentamente el camino de la cueva. Paseó tras ella percibiendo delicados rayos de luz que el sol legaba entre las nubes estriadas. Irati ojeó un segundo el cielo, y en ese preciso instante, una gota cayó en uno de sus párpados, comenzaba a chispear.

Ya en la cueva, la sombra de su abuela se unió al resto de sombras, pertenecientes a las mujeres que sacrificaron por brujería años atrás; María, Estevanía y Juana. Todas murieron cruelmente por las calumnias malignas que divulgaron sobre ellas.  

Al observarlas con atención, reparó en que querían informarla de algo. Bajo las sombras, una marca oscura mostraba el lugar exacto donde murieron carbonizadas. Con sus manos sobre la tierra, comenzó a escarbar con tesón. Mientras tanto, las brujas de Zugarramurdi la rodearon formando un círculo prodigioso con el que cientos de hojas comenzaron a volar a su alrededor. De pronto, sus dedos rozaron un pequeño objeto, lo sacudió para retirar los restos de tierra húmeda, y al reconocerlo como el Lauburu de su abuela, lo arrimó a su pecho con cariño. En cuestión de segundos, las brujas de Zugarramurdi marcharon tras cumplir su deseo, que Irati encontrara el amuleto de Maritxu para que protegiera a su familia y para que el nuevo equinoccio emprendiera con un próspero otoño.

Una ofrenda muy especial adornaba ese año el centro de la mesa, donde Irati y su madre agradecían sentirse protegidas.

Sobre diversas hojas recién caídas de sus respectivos árboles, reposaban manzanas, nueces, castañas, miel, una antigua moneda, y el lauburu, un homenaje perfecto para comenzar una nueva etapa en sus vidas.

Año 2023

Leire Salazar se ataba los cordones de las deportivas mientras informaba a su madre que iba a salir a correr. Cada mañana solía pasar por el sendero hacia la cueva de Zugarramurdi. Sin embargo, ese día decidió cambiar de ruta. Unas amigas del instituto le habían hablado de una casa abandonada, donde se decía que los espíritus de unas brujas asesinadas por la inquisición en el S. XVII, seguían visitando el lugar cada año en el equinoccio de otoño. A Leire no le asustaban ese tipo de leyendas, por lo que su curiosidad le impulsó a acercarse hasta la casa de la que había oído hablar.

Después de correr varios minutos y dejar atrás el desvío hacia la cueva, accedió por un sendero estrecho y sombrío. La espesura del bosque le llevó a divisar su camino con dificultad. Aun así, siguió para adelante en busca de esa misteriosa cabaña.

Cuando llegó al lugar donde se encontraba la vivienda, se percató de la imagen que mostraba la entrada, un lauburu de piedra. Después de fotografiarlo con su móvil, tomó otra fotografía general de la casa. En ese preciso instante, el movimiento de una sombra en la ventana le sobresaltó dejando caer el móvil al suelo. Pensó en que sus amigas le habían gastado una broma, así que decidió entrar a la vivienda para reprocharles el susto que la habían ocasionado. Al abrir la puerta con ímpetu, un grito atronador se escuchó por todos los recovecos del bosque.

A la mañana siguiente, la policía foral encontró su cuerpo en el interior de la casa abandonada, no sin antes encontrar su móvil en el suelo mostrando una extraña fotografía. La imagen de la casa con cuatro mujeres asomadas en la ventana; Maritxu, María, Estevanía y Juana.


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Mila Clemente
Nací en Barcelona en 1974. Mi infancia en Santa Coloma de Gramanet fue en tiempos de la EGB…
Miembro desde hace 2 años.
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elinsurgentecalleja
27 oct, 19:14 h
Relato con dos partes muy bien ensambladas y estructuradas, el giro final es magnífico.
Saludos Insurgentes
Pepa Hernández
31 oct, 08:56 h
Intrigante historia. Muy bien narrada, me he metido en el papel
Enhorabuena!!
Mila Clemente
31 oct, 09:56 h
Gracias Pepa.
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