Al final no pudo resistirse, se lo llevó a casa. Por un momento tuvo dudas pero las habilidades del vendedor de la tienda de anticuarios y el módico precio le convencieron. “No se arrepentirá, es un ejemplar único”, le dijo mientras se lo envolvía. Cuando llegó a su casa lo colocó sobre una estantería del salón al lado de un cuadro de Magritte. Era el lugar perfecto.
Aquella noche no pegó ojo ni tampoco la siguiente. No podía apartar de su mente los barrotes de la jaula donde estaba encerrado aquel objeto extraño en forma de huevo. A la tercera noche le pareció escuchar una voz en el pasillo pero después pensó que era su gata en celo.
El insomnio le duró varias semanas hasta que su hermana lo obligó a ir al médico que no dudó en recetarle una dosis importante de somníferos pero el tratamiento no surtió efecto. Cada vez tenía las ojeras más pronunciadas y en las últimas semanas había perdido bastante peso pero en contrapartida sus ojos brillaban más que nunca. Su hermana decidió llevarle a un psicólogo por temor a que hubiera perdido la razón. Aunque a él no le hacía ni pizca de gracia tener que contarle sus penas a un desconocido aceptó por no contradecirla ya que era de naturaleza persistente. En la primera sesión Pedro le confesó al psicólogo que no podía dormir y que se sentía muy excitado desde que había comprado un huevo metido en una jaula que estaba hace tiempo en su salón. Le contó también que su nueva adquisición le explicaba cuentos cada noche y que se habían hecho muy amigos. El psicólogo pensó que aquel hombre estaba para encerrar pero acostumbrado a las confidencias extravagantes de sus pacientes creyó que lo mejor era seguir interrogándole, para ver si llegaba alguna conclusión. Pedro le confesó también que su vida no había sido un camino de rosas y que desde hacía años se sentía encerrado, con una angustia existencial de la que no podía liberarse. Solo escribiendo conseguía relajarse y sentirse libre. A menudo soñaba con plumas estilográficas que volaban y con papeles en blanco que cubrían su cuerpo. Otras, cuando el insomnio se apoderaba de él, se imaginaba siendo un escritor famoso en una plaza concurrida de gente y firmando libros sin parar.
Después de varias sesiones de terapia intensiva el psicólogo concluyó que lo mejor era derivarlo a un centro de reposo para su recuperación y le recomendó a su hermana que se deshiciera de aquel objeto extraño. Pedro arguyó que eso era imposible, que el huevo le pertenecía y que jamás se desharía de él. Enfurecido salió de la consulta maldiciendo a todos los psicólogos y dando un sonoro portazo. Cuando llegó a su casa, extrajo de la jaula el huevo y lo metió en una mochila. Después, con gesto decidido se dirigió al Departamento de Recursos Humanos del Ministerio donde trabajaba y le soltó al Jefe de Negociado sin pestañear, “A partir de mañana no cuenten conmigo”. Y diciendo esto hizo un movimiento extraño con los brazos, sacudió la cabeza y batió las alas. Mientras alzaba el vuelo apartó un pedacito de cáscara que se le había quedado pegada en los ojos. El huevo desde la mochila, admirado por el gesto de coraje de su amigo, le susurró al oído: “Con un par”.