Es difícil olvidarlo.
Por las noches, cuando estoy en la cama, cierro los ojos y el negro de la oscuridad me recuerda al denso e intenso color negro que inundó la torre después de que el avión se estrellase. A ese negro se le unen tintes rojos de las llamas del fuego que se provocó instantes después. Entonces en mi cabeza comienzan a retumbar esos gritos, gritos de dolor, terror y desaliento tras tomar conciencia de que nuestro final podría haber llegado.
Han pasado veinte años. En mi cabeza los recuerdos siguen agolpándose intactos, mi corazón sufre igual que lo hizo en esos minutos interminables y las heridas de ambos siguen sin cicatrizar.
Hay mañanas que me despierto con una losa sobre mi pecho, una piedra pesada que cae a plomo sobre mí cuando comienzan las pesadillas. Estoy con mi ordenador como cada mañana, pero el 11S oímos un ruido fortísimo, miré por la ventana y vi acercarse el avión. Noté una fuerte sacudida y me quedé paralizada por el horror. Fueron esos gritos los que me hicieron reaccionar. Estaba aterrada, miré la foto que tenía en mi escritorio, estaba junto a mi marido y mis hijos , ellos me dieron la fuerza necesaria para vivir. Cogí el teléfono y lo llamé, entre sollozos narré lo que pasaba y me despedí. Me dijo que no podía desaparecer así de sus vidas, que no lo soportarían, que fuera valiente y saliera de allí.
Corrí hacia la escalera y miré hacia arriba, recuerdo la sensación que me invadió cuando vi las llamas atacando uno de los edificios más poderosos del mundo. Después bajé todo lo rápido que pude. Minutos después me desmayé; lo siguiente que recuerdo es salir de allí en brazos de un bombero.
Doctor, soy yo la que no puede soportarlo. Es imposible de olvidar.