Marcy no era muy de libros, era más de beber hasta caer rendida. Era más de llegar tarde al trabajo, de quejarse de no poder pagarse un psicólogo y también de pillarse por quien menos debía.
O así había sido siempre.
En treinta y dos años, nunca había tomado grandes riesgos. Tenía el mismo trabajo de empleada en la perfumería del centro comercial desde los veintiuno, la misma rutina, los mismos errores. A veces pensaba que jamás había tomado una buena decisión. Sin embargo, fue una mala decisión lo que la salvó.
Una noche después de beber con excesivo entusiasmo tras un día de perros en el trabajo, Marcy se sentó delante del ordenador y se puso a escribir. No sabría decir a qué vino aquello; tal vez alguien se lo aconsejó como medio alternativo a la terapia, o quizá quería hablar pero no había nadie al otro lado para escucharla. No dejó de beber mientras los dedos volaban sobre las teclas, una copa de vino cada cinco páginas, más o menos, que no sería mucho si no escribiera tan rápido.
Este hecho se repitió durante unas cuantas noches seguidas. No pensó en ello ni un instante hasta al cabo de cuatro meses, cuando recibió un email inesperado:
Su novela había sido aceptada por una editorial.
Marcy no entendía nada, de hecho pensó que era alguna estafa, pero al leer bien el email descubrió comentarios que le resultaban familiares. El autor de aquel mensaje parecía saber mucho sobre su vida; le mencionaba capítulos que le habían resultado hilarantes, momentos íntimos que no recordaba haber compartido con nadie... Además, le ofrecían dinero, y eso sí que le venía bien.
Terminó aceptando una reunión con el editor, y el tema se convirtió en una broma en su grupo de amigos. Marcy escritora, claro que sí, si no tenía ni el bachiller. ¿Escritora de qué, catálogos de muebles de Ikea? Qué risas.
Pero Marcy fue, ya por curiosidad, y la recibieron en un modesto despacho a las afueras de la ciudad. Les había encantado, querían apostar por ella y su trabajo. Que era muy auténtico, decían, casi como un Bukowski con buen gusto. Como si oyera hablar chino: a ella le interesaban las cifras sobre el papel. No era mucho, pero era algo. Los editores no paraban de halagarla e insistir en todo lo que iban a invertir en marketing para su libro, que iba a ser el lanzamiento del año. Firmó donde tenía que firmar y se despidió de ellos aún más confundida que cuando entró.
El tiempo pasó, el dinero que le dieron por el libro se esfumó, bajo la promesa de que le pertenecerían los royalties que generasen las ventas.
Entre borracheras y trabajo, casi había olvidado el tema cuando un día llegaron a su casa cajas con libros con la cubierta negra. Era una obra muy corta, a penas ciento setenta páginas, con un encuadernado muy sencillo. Su nombre estaba en la portada, sobre el título: “Estoy rodeada de idiotas".
El día de antes de la presentación, Marcy se dio cuenta de que tendría que leerse su bazofia de libro. Cuál no sería su horror al descubrir que había puesto a caldo a todas y cada una de las personas de su entorno. Empezando por sus padres, siguiendo por sus amigos y terminando por sus compañeros de trabajo y sus jefes.
“Estoy perdida”, pensó sin remedio. Completamente perdida. Aquella estupidez le iba a costar todo lo que tenía. Se iba a quedar sola y desempleada y… Dios mío, hasta insultaba a su casera. ¡Se quedaría en la calle!
Fue a la presentación hecha un flan, esperando lo peor; resultó que apenas había nadie. El alivió fue mayúsculo. “Claro”, pensó, “si nadie lo lee no pasará nada”.
Pero la editorial no mentía cuando decía que era el lanzamiento del año: lo publicitaron de todas las formas que pudieron. Al cabo de poco tiempo, un amigo le contó que había leído su libro. Ella dejó de responderle y se hizo la loca. Pero fueron llegando más mensajes.
El tema salía a relucir en las cenas, y se murmuraba entre compañeros de trabajo. Hubo personas que la insultaron: especialmente sus ex. Unos cuantos lo compartieron en sus redes sociales, llamándola mentirosa -en el mejor de los casos-. Esto solo aumentó la popularidad del escrito. Como esperaba, perdió amistades, y al cabo de un par de meses, sus padres la llamaron muy sulfurados por todo lo que había contado sobre su infancia, cómo los había retratado a ambos como un matrimonio infeliz y disfuncional. Se había ensañado en pintarlos como monstruos, decían ellos: y le retiraron la palabra. A pesar de las heridas emocionales, el golpe definitivo llegó cuando su jefe la llamó una mañana a su despacho. En cuanto Marcy vio el ejemplar de su libro con la portada negra en la mesa, supo que estaba de patitas en la calle.
Así fue. Poco a poco, todas las cartas que formaban su frágil y triste castillo de naipes cayeron sin remedio ante sus ojos. Comenzó a beber aún más, pues no le quedaba nada que perder.
Sin embargo, al tiempo que esto sucedía estaba ganando dinero y fama. Los eventos a la que la invitaban sin cesar la fueron sacando del pozo. Conoció a personas mucho más interesantes que los amigos que siempre había tenido. También encontró una casa mucho mejor, en otra ciudad. Entre escritores, por primera vez, hizo verdaderos amigos, personas que se preocupaban por ella. Fue entonces cuando se dio cuenta de lo sola que había estado toda su vida. Dejo de tener miedo a expresarse, y pudo ir a terapia.
Tiempo después, en una rueda de prensa, declaró:
“Ese libro fue el peor error y lo mejor que me ha pasado. Perdí todo lo que tenía por su culpa, pero resultó que todo lo que tenía era auténtica basura. Cuando se publicó, tuve dos opciones: suicidarme o convertirme en una escritora de éxito, y aquí estoy, pese a quien le pese. Estaba realmente rodeada de idiotas”.
Y al que le pica...
Al final Marcy con ese libro acabó destapando las caretas de toda la gente de su entorno. Menos mal que todo acabó bien para ella