«ETERNO»

Sentados en un banco frente al mar dijiste que me querías,
que yo había sido el gran amor de tu vida.
Recuerdo esas palabras como la brisa que me azotaba la cara,
como el atardecer azafranado que nos envolvía,
y envolvía esas palabras que para mí serán eternas.

Cogiste mi mano y apretaste con dulzura las yemas de tus dedos
contra mis uñas, moviendo de derecha a izquierda, una a una, 
sin mediar palabra supe el significado de ese gesto.
Una vez me contaste que así era como las culebras mamaban de su madre.
Y me hiciste sonreír, como siempre lo hacías.

Estuviste callado, ausente, y eso no era propio de ti ni de tu corazón.
Tus ojos no me buscaban, porque lo que tenías que decirme era más vital
que la propia vida, era igual de valioso que los propios sentimientos.
Algo tan trascendental no se merecía otro paisaje que el mar.
Y lo vi en tu desconsuelo.

La enfermedad era más fuerte que las palabras, lloraste mares a mi lado
y yo lloré contigo hasta que se me secaron.
Una foto sacaste de tu tabardo grisáceo, envejecida, igual que tú.
Un rastro de reminiscencia pasada, que hacía siglos que no sentía, me atrapó.
Olí aquellos tiempos. Olí tu juventud.

Guárdala y solo mírala cuando realmente me añores,
prométeme que cuando llegue el momento estarás, me dijiste.
Esas palabras se clavaron en mi pecho como puñal afilado,
que abre paso a una herida eterna que sería difícil volver a cerrar.
Tu despedida, cálida e inolvidable, sentados en aquel banco.

Ese instante se congeló en mi avellanada retina.
Y hoy vuelvo aquí de nuevo, a nuestro lugar.
Eterno, como tú. Como tus besos y arrumacos.
Como tu efímera vida. Como tu muerte.
Eterno, como tu noble amor de padre.