Gardenias, delicadamente enlazadas por cintas de satén color marfil, decoraban el pasillo de la pequeña iglesia. La suave melodía de un violín coronaba la atmósfera que tenía a familiares y amigos con el corazón a flor de piel. El párroco le dio la palabra a Juan, que recitó un poema de su autoría y, enseguida, sus votos nupciales El violín enmudeció un instante, dejando oír el suspiro unísono de la congregación.
Ana temblaba de emoción, y de miedo, «miedo a hablar en público» repetía en su mente. Era su turno, con la voz quebrada, y asfixiando el ramo de gardenias entre sus manos, comenzó:
-Yo, Ana, te...
De pronto, la iglesia quedó a oscuras.
Murmullos, y algunos pasos apurados, llenaron la oscuridad. Juan quedó desconcertado, empezó a dar órdenes. Ana, inesperadamente, sintió alivio. En esa pausa que imponía la oscuridad, donde otros veían caos y premura, Ana dejó de temblar y pudo acallar su mente por primera vez en meses. «¿Cuántos meses?» se preguntó.
-No hay electricidad desde aquí hasta el ayuntamiento. - anunció alguien desde la puerta.
Ana se sentó en un escalón, mientras Juan orquestaba posibles soluciones. Así era él, ejecutivo, decidido, y siempre conseguía lo que quería. Aparecieron velas, las suficientes para que todo fluyera hacia una nueva atmósfera romántica. Todo menos Ana, que estaba ensimismada, quitando pétalos al ramo y repasando los últimos meses de su vida.
-Podemos retomar. - indicó Juan.
Mientras se ordenaban en los asientos, un zumbido de móviles vibrando sacudió las filas.
-Es el gran apagón, están llamando a un toque de queda. - Dijo en voz alta y firme un tío.
Ni siquiera Juan pudo evitar que familiares y amigos se olvidaran de la ceremonia. Ana, apretó su mano con ternura y, mirándolo a los ojos, le dijo
-Déjalos. Vayamos por una cerveza.
Lo has descrito de manera que me lo he imaginado perfectamente
Me ha gustado, enhorabuena.
Saludos Insurgentes