Estimado Dios:
Lo que debo decirte es demasiado trascendente como para confiar en la ordinaria telepatía, el modo en el que hasta ahora nos hemos comunicado. Como ya habrás observado desde tu atalaya celestial -o desde donde sea, ya que tienes el don de la ubicuidad - mis días de escritor de éxito se han acabado. Ya no tengo nada que contar, y mis lectores bostezan de tedio cuando publico algo nuevo, porque en realidad, lo sé, me repito más que el ajo. Mis traumas de la infancia, mi padre ausente, mi madre alcohólica, mis amores sin amor, siempre lo mismo. Están hartos de mí y de mis penas, así que he decidido que llegó la hora del punto y final. Real, no metafórico. Porque esa es otra, estar todo el día buscando metáforas para que me tomen en serio resulta agotador.
El propósito de esta carta, por tanto, es pedirte perdón por esta osadía que me consta -o eso nos dicen- que tú desapruebas. Un perdón con la boca chica, es cierto, porque lo voy a hacer de todas formas. En realidad, aspiro a convencerte de que hago bien.
Como escritor que soy, quiero tener la última palabra en la historia de mi vida, la única que ya me interesa. A ti te gusta hacerte el misterioso- pareces escritor tú también- y en tu obsesión por mantener la intriga, ni nos dices en qué fecha palmaremos, ni la modalidad de deceso escogida. Por no decir, ni nos dices en que consiste de verdad nuestro final. Lo dejas abierto, a propósito, como esos escritores que no me gustan pero aplaude la crítica.
Y claro, con tanta intriga, me agobio. Determinadas coyunturas que me dan pavor, prefiero ni imaginarlas: incendios, escapes de gas, atracos a mano armada y mordeduras de serpiente. Pero incluso la posibilidad de una larga y horrible enfermedad (como la que le enviaste a mi hermano, que en paz descanse, y al que me muero de ganas de ver, nunca mejor dicho) me pone los pelos de punta.
Así que como escritor que soy, me he documentado sobre el tema y creo que la mejor manera de irse de este mundo pasa por lanzarse al vacío. Ya quisiera yo acostarme una noche y no despertarme jamás, pero ese final dulce y tranquilo, por más que me empeñe, soy consciente de que no está en mi mano exclusiva el lograrlo.
En cambio, puedo arrojarme desde un edificio sin tu ayuda, y justo por eso estoy viajando a Nueva York en este instante, para saltar desde la planta 77 del hotel más espectacular de la ciudad. Me entusiasma la idea de volar, eufemismo donde los haya, pues como buen escritor que soy, nunca llamo a las cosas por su nombre, eso queda para la gente vulgar.
Dicho esto, quiero insistir en lo esencial: no debes enfadarte conmigo. Por supuesto, yo te entiendo. Vivimos a nuestro libre albedrío, y para una cosa que haces, al final, es normal que te disguste la intromisión. Pero yo no quiero robarte protagonismo ni nada parecido, es sólo que no puedo dejar de ser escritor, por más que nadie me lea, y como tal, tengo que ser el autor de mi propia historia. Llevo toda la vida matando a mis personajes, decidiendo dónde, cuándo, y de qué forma los hago desaparecer, y es absurdo que ahora tenga que renunciar a escribir mi propio final. Es un disparate, te pongas como te pongas. Los escritores somos también unos dioses, pequeñitos, de andar por casa, terrenales y soberbios, pero no podemos evitarlo: hacemos y deshacemos, creamos y destruimos. Como tú. ¡Tendrías que entenderlo!
Además, los tiempos cambian. La democracia se ha puesto de moda en los últimos dos siglos, y claro, que se tenga que hacer siempre tu voluntad así en la tierra como el cielo, a la gente joven –que sí, que ya no respeta nada, lo sé- le parece pelín despótico. Yo no soy joven, es cierto, pero soy moderno como el que más, y quiero hacer las cosas según mi voluntad, si no en el cielo, que es cosa tuya, por lo menos en la tierra. Mi muerte la decido yo y solo yo. Decido cuándo, cómo, y dónde. Tienes que aceptarlo.
Por último, quisiera pedirte perdón también por mi mala letra.
El vuelo empezó bien, pronosticaron un tiempo estupendo, cielos claros y despejados. Pero de repente, no sé cómo, ha sobrevenido una tormenta espantosa que nadie se explica. Los nubarrones negros nos han engullido y las turbulencias están siendo tremendas. Ahora se han apagado las luces, la gente grita y se escucha un zumbido muy fuerte. Espero que tú no tengas nada que ver con esto, porque parece como si un motor estuviera roto y nos fuésemos a estre……xmfoiwcnkqndc lrlll.arrrrrrrrrrrrrrrr--------------r--------------------------------------------------------