Manuel golpeó la copa de cristal con un tenedor, captando la atención de todos.
«Familiares y amigos, buenas noches.
Con esta ceremonia celebramos este cierre de etapa, y nuevo comienzo, de la carrera docente de Aitana. Creo que me he ganado el privilegio de decir algunas palabras.»
Las sonrisas se multiplicaron en la sala, y Manuel continuó.
«Es cierto que cuando empezó era muy joven y no estaba licenciada. Pero fue, sin duda alguna, nuestra maestra más influyente.
Tenía siempre una sonrisa contagiosa. Y me dirán, ¿qué tiene que ver una sonrisa con enseñar? Se ha demostrado que los aprendizajes se consolidan de mejor manera en nuestro cerebro cuando se involucran las emociones. Algo se activa en nosotros cuando una sonrisa es auténtica, algo que predispone al aprendizaje.
Formulaba las mejores preguntas. Esas que, tras oirlas, se vuelven tuyas y te quedas pensando ¿Cómo no me pregunté esto antes?
Por sobre todo, era el espejo perfecto. La intuición hecha gestos para mostrar, sin esfuerzo, lo peor y lo mejor de nosotros. Seguramente no haya nada más eficaz para aprender que equivocarse y ver la grabación. Pero a falta de un gran hermano, ella tenía el don de imitarnos a la perfección. Debo admitir que, si no me hubiera enseñado tanto, me fastidiaria recordar estos detalles.»
Manuel esperó a que se extinguieran las risas, y esta vez miró directamente a los ojos emocionados de Aitana.
«Gracias hija por ser nuestra más exigente y amorosa maestra. Hoy celebramos tu inicio en la profesión que has elegido: la docencia. Celebramos tus años de estudio y tu esfuerzo diario por honrar la vida. Deseamos que sigas enseñando desde el corazón, y que, cuando lleguen los hijos, de la carne o del corazón o de la mente, te dejes enseñar.
Brindemos.»
Me ha encantado Lucía, enhorabuena.
Saludos Insurgentes