Recuerdo ese día como uno de los peores días de mi vida. Imagino que lo que viví en esa torre se acerca a lo que puede ser el infierno. Pude palpar en el ambiente y en mi corazón, esa frialdad de la que no están hechos los sentimientos; sino el caos y la muerte.
Antes de que mi cerebro asimilara lo que estaba pasando, mis oídos se quedaron en silencio; no escuchaba los gritos y los alaridos de las personas que, sumidas en el pánico, se arrojaban por las ventanas antes de que las llamas las atraparan.
Miraba a mi alrededor y veía las posibilidades de morir, pero también veía las posibilidades de poder vivir.
Quería salvarlos a todos, pero no podía. Cuando tocaba a alguien para conducirlo a un lugar más seguro, sus ojos me miraban como si fuera el mismo diablo, y me alejaba. Acabé en un rincón abrazado a un extintor rojo que vi colgado de una pared y que nadie antes reparó en coger, como si eso fuera a salvarme y estuviera esperando al enemigo en llamas que viniera a por mí.
Exploxiones, gritos, llanto, rezos…
En cuestión de minutos el caos aminoró. De repente un fuerte aire azotó la estancia y un ruido atronador me punzó el alma. Un hombre con casco y agarrado de una cuerda me encontró, ató mi cuerpo al suyo y me subió al helicóptero, que pendía de un hilo en el aire.
Hace tres años que viví ese horror en Nueva York.
Hoy, es el segundo peor día de mi vida. Esta vez no sé si sobreviviré. Tengo encima toneladas de tierra y hierro, me estoy asfixiando y los alaridos los escucho más cerca. En un tren es todo mucho más cercano. Madrid, hoy serás tú quién me vea morir.
Muy buen relato 👏🏻