«Intocables»

En la sala de profesores, la nueva profesora de filosofía se acercó al jefe de estudios:
—Me ofrezco voluntaria para hacer todas las guardias con los castigados.
—¿Cómo? ¿Para qué ibas a hacer tal cosa? No te voy a reducir horario lectivo.
—No importa.
—Todo tuyo.

Días después, en un aula apartada de los sótanos se presentó ante los castigados, cinco alumnos ensimismados y cabreados.
—Hola, me podéis llamar Euterpe.
—¿Qué mierda de nombre es ese?
—Mirad, yo he sido como vosotros y con la misma etiqueta de problemática.
—¿Vas de colega?
—Atended. Aquí tendréis una nueva identidad. Vais a elegir vuestro nombre. Pensadlo y cuando volváis, nos lo decís. Pero elegidla bien; nada de tonterías.

Al día siguiente, acudió con una maleta monstruosa, cuyo estampado floreado recordaba a la furgoneta de un hippie.
—¿La has robado de un circo?
Euterpe, que había acertado al vaticinar un nuevo castigo para esos cinco, no respondió. De la maleta sacó muchos instrumentos de música, todos de percusión.
—Vamos a crear un grupo: Los Intocables.
—¿Si no sabemos tocar más que la flauta? ¿Y por qué ese nombre?
—Nos llamaremos como la casta más baja de la India.
—¿Somos parias?
—Os tratan como algo que sobra y os lo creéis.

Las semanas transcurrieron y siguieron viéndose allí abajo. Cuando se habían soltado lo suficiente, Euterpe preguntó:
—¿Qué esperabais de la vida que no os ha dado? Explicádmelo con música.
—¡Eso es intocable!
—Por eso estáis aquí.

En cada sesión formulaba una pregunta del estilo, y aprendieron a manifestar ideas a base de golpes.

Para cuando se quisieron dar cuenta, el curso terminaba y cada uno tomaría su camino. Sin embargo, no querían dejarlo así. Por eso, el día de la graduación, acudieron como público ocultando sus instrumentos. Al concluir los parlamentos, Euterpe subió al escenario de improviso:
—Que nadie se marche. ¡Con ustedes, los Intocables!

Mientras tocaban, el Director se le acercó:
—Parecen otros chicos. ¿Qué les has hecho?
—Romper sus inercias.