«Tocata de "Buena Esperanza" en "sí sostenido"»

Después de tocar el piano, me pusiste las manos encima, deslizándolas como lo hicieras por sus teclas bicolores, con gracilidad, con tristeza, con las arterias rotas y los labios cosidos.
La radio estaba encendida; sonaba Carlos Gardel danzando por el salón a través del altavoz; nosotros bailábamos en silencio, entrecortada la respiración.
Sostuve tu cabeza, aproximé mi boca a la tuya y agradecí todas las primeras veces que alumbraron mis recuerdos.
Habíamos quedado para hablar de un tema importante, pero quedó en segundo plano, pues éramos todo, menos tiempo.
Pertenecíamos a la generación que nos tocó nacer para no encontrar el amor en el mundo, o bien para buscarlo y devolverle a este la esperanza.
Tu mirada refulgente, tus lágrimas, tus manos temblorosas, tus pupilas vidriosas, tus labios pronunciando un primer y último "vuelve, por nosotros", mientras apoyabas mi mano en tu vientre.
No hicieron falta más explicaciones, ni más palabras, ni promesas, ni pensamientos, solo anteponer mi deber cuando fuera llevado a primera línea. Volver para tomar vuestras manos tras la tormenta, tras las gotas de lluvia, de sudor, de sangre.
Guardaré la noche de hoy junto a los recuerdos inmortales, donde juegan la infancia y el tiempo, las primeras navidades, el primer amigo de peluche, el primer baile, el primer beso, el primer y único amor verdadero, el primer deber para conmigo y la primera buena nueva que habría de ver llegar.
Llamaron a la puerta, me armé de valor, agarré mi rifle y miré siempre atrás, rezando para que el amor me cubriera las espaldas cuando llovieran chaquetas metálicas.
Si nuestro deber siempre fue amarnos, por nosotros habré siempre de volver.