Aun sigo viendo su cara el primer día que entró en aquella clase. Era moreno, alto, con una nariz aguileña y unos grandes y profundos ojos negros. Yo tan solo tenía once años y mis maestros anteriores siempre fueron “señoritas”.
—Buenos días. Mi nombre es Jesús y voy a ser vuestro tutor—dijo con esa voz ronca que me acompañaría durante los tres años que duraría la segunda etapa de la E.G.B.—.Lo primero que haremos será poner las mesas en forma de U. Quiero veros a todos las caras.
Diecinueve clases en el centro. Todas con sus mesas dobles. Unas detrás de otras. Los primeros siempre tapaban a los últimos que buscaban refugiarse en sus cabezas para hablar, comer pipas o simplemente dormirse sin ser vistos. Aquella clase, la nuestra, sería diferente.
Mesas arrastrándose por la clase, risas, exclamaciones ante la sorpresa y cuando estábamos todos sentados, callados, expectantes, nos hizo levantarnos de nuevo y nos colocó por orden de lista rompiendo con la tradición de sentarse con tu mejor amigo.
Al mes ya nos había cambiado de sitio alternando a los más destacados de clase con los rezagados. Entonces no lo entendimos. Sin embargo durante las clase de “ética”, pues nuestro grupo no daba religión, eran un continuo encuentro de opiniones enfrentadas donde el ser negro no te hacía diferente, o donde el sexo era algo natural siempre que fuera a su debido tiempo, o donde las drogas había que conocerlas para poder frenarlas.
Sin darnos cuenta nos introdujo en el mundo del compañerismo y del libre pensamiento respetando siempre al que teníamos al lado.
Me ha gustado, enhorabuena.
Saludos Insurgentes