Nací en 1988 en Pereira, Risaralda. Colombia, en una familia humilde, todos los días asistía al colegio sin casi haber desayunado, fue época dura, ya en la adolescencia algo había mejorado mí hermana viajó a España y nos mandaba dinero, comíamos mejor.
Mi madre había sido bailarina, pero lo tuvo que dejar por mí. Ella me guardaba cierto rencor, por eso siempre me decía que yo no iba para ninguna parte, que mis sueños nunca se cumplirían porque iba a ser irresponsable como ella y seguro quedaría embarazada…
Sin embargo decidí estudiar, formarme porque yo no repetiría la misma historia.
Había una profesora en mí clase que tenía una obsesión con la buena ortografía. Ella me inculcó mucho de ese buen deber, me hizo descubrir la poesía. El primero que leí fue García Lorca. Todos los días iba a la biblioteca a descubrir cada día a un poeta. Era algo maravilloso. Sumergirse en ese mundo de metáforas que te transportaban a un mundo de sentimientos y sensibilidades interiores.Un día en el descanso, surgió de mi mente en una hoja experimentar con mis emociones, escribí mi primer poema, desde ese día no he parado hasta el día de hoy.
Mi madre me decía.
-Justine, usted cree que escribir esos garabatos le va servir algún día para ser una persona exitosa. Ja para nada, usted no sirve ni para lavar los platos.
Mamá, yo no quiero vivir de esto es sólo un hobbie.
Pero la verdad yo sí soñaba con ser una escritora de éxito, publicar libros, vivir de escribir poesía, sin embargo sabía que no lo lograría nunca.
Cuando me gradúe del instituto, al entrar a la universidad a estudiar ingeniería de sistemas, algo totalmente distinto a lo que hubiera querido estudiar, me frustraba.
Ahí en la universidad conocí a Fabio; un chico despeinado, de carácter inesperado, con ideas revolucionarias y muy muy divertido.
Al principio todo era mágico me hacía reír como una niña, hacía que sintiera mariposas azules en el estómago, decía palabras bonitas como:
Ey nena, vamos a robarle a las nubes su ingenuidad y a cortar trocitos de sol para pegarlos en nuestros cuadernos y besarnos debajo de los arboles con cervecita bien fría, le daré a tus pequitas besitos como si estrellitas fueran.
Fue una temporada buena, me llevó a lugares bonitos, donde me alineaba a escribir poemas en lo que hubiera, servilletas, trozos de papel, absolutamente todo.
él me apoyaba.
Un día me dijo, hay algo que te ayudaría a inspirarte.
Le pregunté con curiosidad, qué, qué?
-Me dio unas pastillas rosas, no sabía lo que era, con el tiempo supe que era droga pesada, sí es verdad me inspiraba, pero luego me dejaba hecha una pena, me volví adicta. Sin embargo a medida que escribía me exigía más, nunca nada era demasiado bueno.
-Me dijo tienes que parar, era una ayuda, no para que te volvieras una puta drogadicta, no ves acaso en lo que te estás convirtiendo, mírate al espejo!
Lo eche, le dije eres un egoísta, aunque en el fondo sabía que estaba hundiendome, la droga y las ganas de triunfar como escritora que también era mí culpa porque no me atrevía a lanzarme, no participaba en recitales, en concursos, en absolutamente nada porque pensaba , me van a rechazar voy a fracasar.
Después de todo seguía escribiendo, al pasar del tiempo había mejorado mucho, en mí ordenador ya tenía un libro por lo menos terminado y estaba empezando otro.
¡Joder!
Pero nadie me apoyaba nadie me leía en mí familia, tenía unos cuantos seguidores en redes sociales que me decían lo bien que escribía y la sensibilidad que tenía para llegar a otras personas, que tenía talento.
Por eso no me rendía y no dejaba de escribir pero me aterrorizaba saber que nunca publicaría un maldito libro que mis esfuerzos de años serían echados en saco y que a pesar de que algunas personas me decían que escribía bien, si llegaba a publicar no vendería nada, nadie compraría un libro mío porque no tenía lo que había que tener, madera, sí madera.
A medida que pasaba el tiempo mis miedos crecían, mi soledad y mi angustia también, todo lo que había soñado se estaba haciendo añicos, pero yo era endeble, estaba parada ahí parada sin hacer nada. No me valía escribir tanto, para qué tener tanto escrito sino salía a la luz , ya hasta me daba vergüenza decir que escribía .
Qué pensarían la fracasada de Justine dice que escribe, por favor!
Un día un amigo que también escribía leyó lo mío, me propuso por que no te auto públicas, no necesitas la autoridad de ninguna editorial ni de nadie, pública para ti, para darte ese gusto, qué importa si vendes o no.
Esa idea me empezó a obsesionar, empecé a escribir día y noche. No dormía, no comía, tenía ansiedad generalizada, tenía un aspecto descuidado,
Pensaba si público y nadie me comprará nada, voy a fracasar, yo necesito ser una escritora conocida, que la gente sepa que existo, lo veía en mis sueños, lo veía despierta, lo veía en todas partes, porque soy una fracasada.
¡Podía acaso nombrarme escritora!
¡Podía acaso nombrarme poeta!
Mis delirios, mis alucinaciones eran más fuertes cada día, no quería aceptar mi derrota, no quería aceptar que mi madre tenía razón, ni siquiera pude ejercer de ingeniera, no pude ejercer de poeta, no pude ejercer de nada.
Porque simplemente cada día que pasaba estaba peor, me volví a drogar, entonces enloquecí, tuve tanto tantísimo miedo al fracaso que no pude dar ni un paso adelante, y terminé donde termina la gente como yo, al otro lado del silencio.
Está historia que cuento.
Desde un psiquiátrico, llevo encerrada un año; mi psiquiatra dice que tengo distimia, adicciones y un miedo feroz al fracaso, a lanzarme, a arriesgar. Por eso estoy como estoy, sin nada más que con una mente llena de poemas.