«La Cacería»

Atada sobre la pira a punto de ser prendida, pienso en como he podido acabar así; en que triste el final de mi vida, capturada como una novata.

Era ya bien entrada la noche, cuando unos pasos se acercaron a mi cabaña. Podía escuchar la respiración entrecortada de un hombre.

—Toc, toc, ¡Ayuda por favor! —exclamó con angustia.

Un hombre esbelto, de tez morena, pelo largo y prominente mandíbula golpeaba con fuerza la puerta. Portaba un niño en brazos.
El chico se escurría, su cuello sin fuerza no podía mantener el peso de su cabeza, que colgaba hacia atrás.

—¿Qué le ha pasado? —pregunté
—Una especie de veneno, ha pisado una trampa en el bosque, tiene que ser veneno.
—Pero... yo no sé nada de venenos... —intenté disimular

El hombre cayó de rodillas, llorando. Apoyó al chico con cuidado en el suelo. Alzó lentamente su mirada hacia mí, clavando sus ojos en los míos.

—Se lo suplico...mi hijo es lo único que tengo...

No pude... no pude decir que no.
Rauda, saqué de mi arcón la faltriquera; de detrás del armario la olla para los ungüentos y de debajo del suelo de mi yacija: el grimorio.
Estaba a punto de empezar cuando de repente:

—¡Le tenemos, es una de ellas! —gritó el hombre y decenas de antorchas se iluminaron entre la maleza.