Hay canciones que viven en el tiempo, se construyen de momentos, y permanecen en él eternamente. Mirando las ruinas de la ciudad, me di cuenta que esta canción había permanecido durante mucho suspendida sobre nuestras cabezas; era inevitable que en algún momento cayera.
Hay canciones que residen en nosotros, y aunque fuera reine el más profundo de los silencios, nuestros pensamientos conocen cada paso de baile, nuestra alma se eriza ante cada agudo, y los nervios se hunden a cada golpe bajo. Nosotros somos la canción, tanto en el ruido como en el silencio. Siempre lo somos.
Hay canciones que son tragedias, era apropiado entonces que esta fuera terriblemente bella, proporcional a la desgracia que se extendía ante mis ojos. Una ciudad, una gran ciudad, dedicada a los dioses había sido reducida a la nada. Todo el saber, toda la vida y la cultura… se habían ido.
Troya arde, bajo la atenta mi atenta mirada, y no puedo hacer nada, salvo contener las lágrimas, notando como el ritmo se acelera. No pude hacer nada mientras veía a los soldados arrasando con la belleza que tan cuidadosamente se había erigido. Un día era suficiente para deshacer siglos. Un día era suficiente para crear una sinfonía de tragedias. Un día, era suficiente para demostrar que la historia estaba destinada a repetirse una y otra vez. La canción rayaría mi pensamiento, taladraría mi alma, y me haría envejecer. Jamás dejaría de oírla, así como jamás dejaría de ver la tragedia que la había provocado.
Hay canciones que cantan al alma, y esas son peligrosas, pues el alma tiende a bailar bajo sus notas.
Así que, dejo de contenerme. Ante la mirada de soldados, dioses y fantasmas me atrevo a soltar mis lágrimas, y al hacerlo, sin si quiera darme cuenta empiezo a cantar.
Enhorabuena.