Las máscaras me habían permitido ser más yo que mi verdadero rostro, solo tras el encaje y la seda conseguía reunir la valentía para hacer lo que sabía que estaba destinada a hacer. Luchar. Solo desde debajo de la máscara era capaz de rebelarme contra todo y todos.
Me apoyé contra la pared de ladrillo mirando al cielo, el cigarrillo en mis manos tembló cuando me lo llevé a mi boca descubierta. El humo podría ayudarme a pensar, siempre y cuando no tratara de destrozarme desde dentro. El humo podría ser tanto que nublase mi razón, o al menos eso pensaría en adelante, con tal de no enfrentarme a la realidad que me esperaba.
- ¿Sabes quién soy? – preguntó una voz. La respuesta no tardó en llegar a mi boca, me había memorizado las palabras noches atrás, las únicas permitidas para nosotros.
- Claro, lo difícil es saber quién soy yo. – el desconocido dejó escapar un suspiro reconociendo en mi voz las palabras de seguridad que me habían hecho llegar, las únicas ante las que el encuentro se podría realizar. Él dio un paso más hacia delante, y me sentí tentada de mirarlo, pero lo conseguí evitar en el último momento.
Él extendió una carpeta negra, con un sello dorado. – Esto entonces te pertenece.
Sabía que en su interior residía la información que cambiaría el mundo, el tipo de información que hace que dos desconocidos arriesguen su vida, aun estando enmascarados, solo por esa conversación y estar cerca de ese sobre cerrado.
- Ya sabes lo que tienes que hacer. – dijo él con gravedad antes de darse media vuelta y marcharse.
Guardé el sobre, y me dispuse a acabar el cigarro, claro que para entonces mi corazón ya estaba desbocado, y mi vida acababa de complicarse infinitamente.
Saludos Insurgentes