“La confrontación no tarda en llegar”
Qué rabia siente al escribir. Pisa las teclas, gira la cabeza, cierra los ojos, escribe, y siente que duele, duele tanto pero no puede parar, no quiere frenar. Sabe que su único enemigo y compañero es él mismo.
La brisa de mañana, el amanecer en la playa, la arena blanca, el vacío existencial y el silencio del aislamiento lo tiene despierto.
Una meditación de 11 minutos para limpiar los chakras.
Un café de especialidad en una moka oxidada, un zumo de naranja recién exprimido, una taza sin asa, pan hecho con agua de mar, mermelada de melocotón casera, cuchillos de mármol para untar, una canasta vacía y una mesa de madera de olmo cuadrada sin aprovechar. El sonido de la respiración se junta con el baile de las olas, el día recién comienza.
El ventanal transparente le ilumina la cara al poder ver el agua. Abre lentamente la puerta de cristal, da tres pasos y ya pisa la arena y siente el aire caliente en su cara invitándolo a nadar. Desnudo, camina mar adentro y se sumerge en la totalidad del agua hasta quedarse sin aire.
El sol ya comienza a molestar. Acostado en la arena y envuelto en sus pequeños granos, decide volver a la casa para seguir lo que se propone terminar.
Se da una ducha helada, se viste de blanco y lino, coge la bicicleta urbana y pedalea rumbo al pueblo. Pasea por los caminos de tierra extensos que van acompañados de filas de árboles delgados, rayados y blancos que al acelerar se convierten en una especie de juego óptico.
El pueblo le da alegría. Sus tiendas pequeñas rústicas con productos locales le invitan a mirar y él disfruta al observar a los pueblerinos hablar sin parar. Camina hacia una frutería donde proveen alimentos de la huerta, le saludan familiarmente y llena una bolsa con nectarinas, tomates, aguacates y cerezas. Sigue andando y se dirige al café favorito del hombre que adora. Solo basta con pensar en él y una sonrisa aparece en su cara junto con una mirada dulce. Ansía por volver a sus besos. Se sienta en la terraza, alejado de aquellos que conversan gritando y saca un pequeño libro de poesía y un cuaderno rojo con una pluma azul. Pide un café con leche de avena, una galleta de ciruela, abre el libro y anota en su cuaderno mientras escucha a su voz interna llorar.
Después de unas horas la bicicleta azul, a la vista, lo espera a la sombra de la encina. Coloca la compra en la canasta y parte para la casa donde lo espera nuevamente el agua y su mayor miedo, el fracaso.
Al llegar a la casa, coge la compra de la canasta, entra a la cocina, y lava la fruta comprada. Mientras les pasa agua, se da cuenta que frente a sus ojos se encuentra aquel instrumento creativo que le recuerda a su tormenta mental. Se queda quieto sin respirar, ni pensar, como si aquel desafío personal le quitara el aire. Por un momento se pensó en matar y luego quiso llorar. El ruido del agua lo despabila y entonces respira. Se come una nectarina y comienza a preparar la comida.
Luego de masticar lentamente la tostada con tomate, hummus de remolacha casero y aguacate bañado en limón y un poco de sal, toma un vaso grande de agua y se prepara un espresso. Coge un vinilo y lo coloca en el tocadiscos. Sube el volumen y suena Voyage Voyage. Se prende un cigarro hecho de CBD y siente su cuerpo, cada pelo, cada vena, sus huesos los tatuajes que faltan repasar y baila. Recuera noches de sexo animalesco, mañanas de hacer el amor, besos lentos, la excitación que genera rozar a uno, a dos y a tres al mismo tiempo, lenguas apasionadas sincronizadas, risas vergonzosas, sonrisas de alegría, tantas experiencias llenas de vida.
Frena la música, mira lo que hay detrás de él, camina hacia la máquina de escribir, la coge con ambas manos y la tira al suelo con una impotencia furiosa. Al mirar las piezas rotas, se agarra la cabeza, se agacha, se hace una bolita y comienza a llorar. Golpea el suelo gritando, pide por su madre, pide por su padre, grita, llora, las lágrimas le llueven por la cara y caen al suelo. Se forma un pequeño lago lleno de creencias limitantes, pensamientos internos, conversaciones negativas, miedos, frustración y más miedos. Se cuestiona todo mientras coloca la palma de su mano sobre su frente y siente una puntada en el corazón. Sale corriendo al baño a vomitar. Se recuesta en el suelo y se duerme.
Al abrir los ojos, se da cuenta que está solo y a oscuras. Siente su cuerpo como si hubiese salido de fiesta y hubiese bebido 4 copas de vino. Se agarra de cada mueble del baño para levantarse, prende la luz y se mete a la ducha. Unos segundos y comienza a gritar y a llorar, pero esta vez no rompe nada si no que se abraza, se sostiene.
Vuelve al salón, coge la laptop de su bolso, la prende y revisa su correo. Su madre le ha enviado un correo preguntándole ¿Qué tienes para perder? él sonríe, le cae una lágrima, abre el Word y comienza a escribir un cuento corto y así es como lo termina:
Gracias mamá, esto es por y para ti.