<<Él se acercó más hacia ella. Podía sentir su aliento contra el suyo, podía ver como se le erizaba el bello de los brazos por estar tan cerca el uno del otro, incluso podía oler la fragancia de lavanda que se había puesto exclusivamente para él. Se acercó todavía más y comenzó a rozarle el brazo con la yema de uno de sus dedos. Conteniendo la respiración, nervioso por si hacía algo mal. Les separaban escasos centímetros. Se aproximó más y...>>
Los dedos comenzaron a temblarle. Era incapaz de moverlos por el teclado y concluir esa oración. Solo le quedaban dos palabras para terminar aquel capítulo y, sin embargo, no era capaz de finalizarlo.
Las lágrimas comenzaron a acumularse en sus ojos color gris y el cuerpo empezó a temblarle. Un nudo se formó en su garganta y el estómago se le encogió. Porque ella podría haber sido perfectamente como la protagonista de su novela, una joven enamorada, aterrada e ilusionada por comenzar una nueva relación que daría sus primeros pasos con aquel beso que había estado a punto de narrar. Y, sin embargo, ella no era aquella protagonista. Ya no podía serlo. Porque el que había sido su novio la había dejado y lo había hecho de una forma tan dolorosa, desagradable, escandalosa, poco considerada y fría, que ni siquiera era capaz de imaginarse que otro ser, aunque solo tuviera una vida y un universo en su cabeza, pudiera amar a otra persona.
Intentó incorporarse, beber algo de agua y desterrar aquel recuerdo tan reciente que no podía parar de maldecir, pero al que no dejaba de recurrir una y otra vez, de forma masoquista y casi insoportable.
Se sentía bloqueada, incapaz de escribir esa nueva historia que acababa de florecer en su mente y que, al igual que se había desarrollado, ahora se desmoronaba, como su vida.
Estaba enfadada con ella misma, era una estúpida por haberse considerado como la protagonista de su novela romántica, por haberse permitido pensar durante un tiempo que ella también podía vivir su propia historia de amor. Pero su historia ya no iba a ser real y ahora no era capaz de seguir escribiendo, porque cada palabra que tecleaba, cada palabra que hacía que el amor entre sus protagonistas fuera un poco más real, era como un puñal clavándose en su alma que la recordaba que eso no lo podría vivir. Era un acto muy egoísta, sí, pero no era capaz de describir una felicidad que no sabía cómo se experimentaba.
Dejó que las lágrimas cayeran por su rostro, que el estómago se le encogiera y que el nudo en su garganta se apretara hasta que ya no resistiera más, asumiendo que seguiría bloqueada y que, quizá, pasaría mucho tiempo hasta que lograra terminar aquella historia, incapaz de sobreponerse a sus sentimientos y dejar que sus personajes tuvieran el final feliz que ella ya no disfrutaría.