Ella era física teórica en el Instituto de Física Teórica de Madrid. Yo un simple escritor frustrado al que le gustaba pintar cuadros en el Parque del Retiro. Nuestro primer encuentro fue muy simple, pero tremendamente hermoso: Su cabello ondeaba y sus ojos verdes suplicaban movimiento en el agua, al observar que sus intentos de hacer rebotar las piedras en el líquido elemento eran fallidos. La desesperación de sus ojos me hizo hablarle:
-Esto… Hola-le dije entre tartamudeos-La verdad es que no soy ningún experto en estos temas, pero si coges un buen impulso y tiras la piedra en un ángulo 20 grados, ésta rebotará con facilidad.
Se me quedó mirando con una mezcla de sorpresa, incredulidad y agradecimiento. Por un instante temí que saliera huyendo o que me diera una hostia con ese maletín que tenía a su lado. Pero empezó una búsqueda frenética dentro de su cartera . Por fin, lo encontró: un transportador de ángulos. Midió con exactitud los grados que le indiqué, se agachó para coger el impulso y tiro la piedra. Cuando lo consiguió, lloró.
Me quedé petrificado. Lo último que quería era hundirla más en la angustia que manifestaba su mirada. Me limité a abrazarla.
-Lo-lo siento- me decía hipando- joder, sé que te acabas de comer la pataleta más absurda de tu vida, pero el hecho de que supieras esos grados me ha desquebrajado por dentro… yo-yo, debería saberlo joder.
Por un momento dudé. Estaba convencido de que se lo había tomado como un ataque a su ego, que en cierta manera lo fue... Pero, entonces, me fijé en el texto grabado en su maletín: Instituto de Física Teórica de Madrid.
-No me puedo creer que te hayas picado… Todos cometemos errores - Le dije mientras veía que cada palabra era más desacertada que la anterior…
Mi intención no era deprimirla más. Tan sólo pretendía que reaccionara, aunque eso implicase volverme a casa con el ojo morado. Y creedme que lo conseguí. Mientras yo intentaba calmar el dolor, ella me hablaba y pedía disculpas desconsoladamente. Al menos, iba liberando lastre. Finalmente, sentenció su desdicha:
-Cuándo te amenazan con quitarte tu campo de estudio por tus escasos progresos, cualquier fallo se considera una derrota.-me contestaba tras explicarme su problema con la teoría de cuerdas y en un intento de justificación.
-Mira, déjame decirte que me encuentro en una situación similar. Obviamente, yo no soy físico… Pero soy escritor y ese atasco del que hablas lo entiendo. Cuando estas por la mitad del libro y sientes la presión de tu editor, llamándote a todas horas, gritándote cosas sin fundamento y amenazando con quitarte lo que aún no tienes, te colapsas. Ahora mismo, me considero un escritor reprimido que busca un poco de magia en el pulmón de Madrid para poder escribir aquello que algún día será criticado, vendido y manipulado. El parto de mi futuro libro es el parto de un hijo, porque temes al daño que le puedan hacer, a lo mucho que lo puedan cambiar.
-En mi caso se trata de solucionar. A esa hija que la llaman teoría de las cuerdas quiero darle la oportunidad de ser resuelta y poder darle la libertad que se merece. Entenderla, la hará ver que no es un bicho raro y nos descubrirá aspectos fascinantes del mundo que nos rodea.
Me emocioné escuchándola. Nos pasamos horas sentados juntos hablando de sus progresos, según ella inexistentes, de mis líneas vacías de magia… Sin darnos cuenta, estábamos tendiendo un puente entre nuestras vidas.
Disfrutábamos compartiendo nuestras opiniones y sonriendo en cada coincidencia, pero nos íbamos enamorando en cada discusión. Nos reíamos juntos de las gilipolleces de Sheldon Cooper y acabamos retozando, como locos sabios, entre sábanas atómicas llenas de orgasmos literarios.
Mientras avanzábamos, sin sentirlo, en nuestras carreras profesionales, en la carrera sentimental ganamos los dos el oro. Nos reíamos el uno del otro y evolucionamos como personas creando la teoría de la progresividad: teoría que implica qué si hay que mejorar, mejoraremos juntos, independientemente de quién alcance el logro.
Ahora, en el final de nuestras vidas, recapacito y veo que nuestras carreras prosperaron cuando nos conocimos. Ella encontró el empuje necesario para realizar un pequeño gran avance, el cual derivaría en futuras investigaciones y grandes aplicaciones físicas. ¡Incluso la premiaron por su descubrimiento! Yo encontré esa magia que se me escapó y que recuperé con su amor. Juntos acabamos mi libro, pusimos en orden sus teorías y creamos un espacio dónde la física y la literatura bailaban a la par, llenando nuestros vacíos internos.
Y todo esto nos funcionó porque, después de dejar atrás nuestras angustias y cobijarnos en nuestro techo sentimental, lo único que nos importaba era llegar juntos al sarcasmo.